El retorno de Tommy Wirkola a tierras nórdicas siete años después de "Zombis nazis 2" (2014) me ha dejado sabor agridulce en el paladar. Por una parte hay cosas que compro con entusiasmo infantil en "El viaje", pero por otra hay cosas que inevitablemente he de rechazar con aprensión de perro viejo.
Me seduce mucho lo que cuenta la película, pero me ha tirado muy para atrás el cómo lo cuenta Wirkola. El cineasta establece en "El viaje" una especie de provechoso híbrido entre "No respires" (Fede Álvarez, 2016) y "Big bad wolves" (A. Keshales & N. Papushado, 2013), todo ello enmarcando la cinta como una suerte de involuntaria y salvaje —pero que muy salvaje— terapia de pareja. Esa es la parte que compro. Ahora viene la parte negativa, y está dominada por un defecto que últimamente aprecio en demasiadas películas. Y muchas de ellas con el sello Netflix en la frente, como es el caso de esta.
"El viaje" es un producto al que le sobra metraje por todas partes. La película es demasiado larga la mires por donde la mires. A ello hay que unirle un punto de partida construido narrativamente por Tommy Wirkola a modo de burdo pasatiempo de esos que rezan: une los puntos y saca una figura. A poco que sumes dos y dos, sacas cuatro. Vale que el camino está trufado de alguna que otra ligera sorpresa, pero en general el adjetivo previsible pulula por la zona a la espera de ser pronunciado. Entre una cosa y otra van chafando las posibles virtudes de la obra.
Noomi Rapace y Aksel Hennie —actor que ya me flipó en la soberbia "Headhunters" (Morten Tyldum, 2011)— son un sí rotundo como tándem de héroes a la fuerza. Y el que hace de villano también me ha convencido.
En fin, pichí pachá ando con "El viaje". Que por cierto, infinito más sentido el título original noruego que la traducción anglosajona, o para el caso española.