Después de sus historias como preadolescente, en esta nueva secuela se nos muestra a un Damien adulto. Si la anterior era pasable, la presente es bastante floja por dos motivos. Primero, porque al ser mayor el protagonista pierde absolutamente todo ese inquietante encanto del niño. Segundo, el papel del personaje se convierte en su puesta en escena en ridículo, porque a los ojos del espectador parece más un enfermo mental o un colgado friki (con una verborrea filosófica ciertamente rayante) que el anticristo frío, calculador y despiadado.

La película en sí no es aburrida, pero el interés ha bajado un escalón más. A esta saga aún le quedarían más peldaños por descender, pero para verla una tarde en casa sin nada que hacer no está mal. Eso sí, no esperemos ni escenas sobrecogedoras ni tampoco un final épico, pues es el final más absurdo y poco trabajado para una trilogía.