Es evidente que el atentado frustrado al Rey de España en el verano de 1995 no da para tanto. Es decir, para dos capítulos de 120 minutos, un total de cuatro agotadoras e interminables horas. La culpa seguramente no es de los hechos, sino de una producción con unos personajes sin gancho, una fotografía y unos planos que resultan muy monótonos, unos actores planos y un guión que, alargado de forma no demasiado brillante, provoca una soporífera falta de ritmo. Un defecto mortal potenciado por las abundantes y extensas pausas publicitarias, colocadas sin ningún criterio.

Mención especial merecen los diálogos. No se pierdan esta conversación entre etarras filósofos...

— ¿Qué se siente cuando se mata a alguien?

— ¿Tú qué crees?

— Sólo de pensarlo me entra un hormigueo de la polla. Como en ese partido en el que casi le parten la tocha a Luis Enrique…

El terrorista encargado de disparar la bala que debería acabar con la vida del Rey pone la guinda con una frase para los libros de citas...

— Es un olor a almendra amarga. Debe ser la mezcla del explosivo con la carne.

Una miniserie, por tanto, a la altura del atentado: chapucera, insegura, poco profesional, ineficaz, chusca... "Y ahora, repita conmigo… ¡Que viiiiiiiva España!", le dice el policía al etarra que acaba de detener.