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Voto de McCunninghum:
3
7.7
25,174
Drama. Intriga. Thriller
Jeanne y Simon Marwan son dos gemelos que viven en Canadá cuya madre Nawal, tras pasar sus últimos días sin hablar, acaba de fallecer. En el acto de apertura del testamento, el notario les da dos cartas que deben ser entregadas a un padre al que creían muerto y a un hermano cuya existencia desconocían. Jeanne decide entonces emprender un viaje al Líbano para intentar localizarlos y encontrar respuestas a su existencia, pero Simon no ... [+]
22 de marzo de 2011
32 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo empieza con un plano de una palmera y un páramo. La cámara retrocede hasta una habitación donde unos niños árabes son rasurados en serie. La escena es muda, los planos se suceden al ritmo del tema “You and whose army” de Radiohead, in crescendo, al tiempo que la imagen se ralentiza, la planificación se fragmenta y estiliza, recogiendo estéticos planos cercanos, de pies, rostros, la mirada del niño fija a cámara al final de la secuencia. Parece salido de un film de otro canadiense, el relamido niño prodigio Xavier Dolan autor de I killed my mother (09), pero es la apertura del film de Denis Villenueve, conocido autor de, por ejemplo, Polytechnique, esa re-escritura del Elephant de Van Sant rodada en b/n y con planos cenitales en los que la sangre cubre bellamente el plano. Estamos en el terreno de la estetización.
El Líbano y la guerra son sólo pretextos para hilar un truculento, rocambolesco, escabroso ,y demás palabros esperpénticos, melodramón familiar que va cargando las tintas durante 130 minutos: promesas, secretos y pretéritos ruinosos aún en pie se suceden en esta historia narrada en dos tiempos paralelos, el de una hija y el de su madre (según el modelo flashback-forward salpicado con nombres de lugares en un rojo requetemoderno), en el que un sindiós de aconteceres se descubrirán a raíz de la muerte de la madre y la publicación de su testamento. El culebreo narrativo se ve arropado en todo momento por unos diálogos increíbles e inhumanos (un lastre seguramente debido a su origen dramatúrgico, basado en la obra de Wajdi Mouawad), y desde luego estamos más cerca de Almodóvar o del Fassbinder más sonrojante que de los acercamientos al Líbano de Vals con Bazir, de Ari Folman o Je veux voir, de Hadjithomas y Joreige, por citar dos de los mejores ejemplos contemporáneos en los que se reflexiona sobre el conflicto, y además, novedosas hibridaciones ficción/documental que nada tienen que ver con el folletín de Villenueve, toda una loa al Control del Universo, al Modelo de Representación Institucional y a los Pedazos de Pastel.
El Líbano y la guerra son sólo pretextos para hilar un truculento, rocambolesco, escabroso ,y demás palabros esperpénticos, melodramón familiar que va cargando las tintas durante 130 minutos: promesas, secretos y pretéritos ruinosos aún en pie se suceden en esta historia narrada en dos tiempos paralelos, el de una hija y el de su madre (según el modelo flashback-forward salpicado con nombres de lugares en un rojo requetemoderno), en el que un sindiós de aconteceres se descubrirán a raíz de la muerte de la madre y la publicación de su testamento. El culebreo narrativo se ve arropado en todo momento por unos diálogos increíbles e inhumanos (un lastre seguramente debido a su origen dramatúrgico, basado en la obra de Wajdi Mouawad), y desde luego estamos más cerca de Almodóvar o del Fassbinder más sonrojante que de los acercamientos al Líbano de Vals con Bazir, de Ari Folman o Je veux voir, de Hadjithomas y Joreige, por citar dos de los mejores ejemplos contemporáneos en los que se reflexiona sobre el conflicto, y además, novedosas hibridaciones ficción/documental que nada tienen que ver con el folletín de Villenueve, toda una loa al Control del Universo, al Modelo de Representación Institucional y a los Pedazos de Pastel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Esta apuesta formal transgrede el pacto primigenio de lo verosímil –el fuego quema-, decantándose por el control policial de los incendios –si yo quiero, como me llamo Denis que te bebes un vaso de fuego-. Tomemos sólo un ejemplo más, la escena más aclamada del filme, la del incendio del autobús, en la que la protagonista (la futura mártir, la mujer que canta, que da a luz a hijos, padres y gemelos y muere loca, no sin antes dilucidar incluso la Santísima Dualidad en la cual el Padre y el Hijo son lo mismo (en la mayor chorrada jamás dicha sobres unos más unos)) se ve envuelta: los cristianos acribillan un autocar a tiros y después lo prenden fuego. Ella se salva debido a su creencia en Cristo, teniendo una epifanía anticristiana que marcará su vida. En el encuadre, las llamas que salen del bus (controladas y predispuestas) se dirigen hacia su rostro en tres planos distintos, dando comienzo al “hilo de la ira” que es el whoiswho del culebrón, antes de los planos lejanos, con el autocar ya ceniciento, la mujer aún en la misma postura. Iluminemos la (falsa) escena con una referencia intrafílmica: el Padre Fundador del Nuevo Cine Alemán, Alexander Kluge, cuenta en sus “120 historias del cine” cómo puede ser filmado un “incendio”. En el contexto de enfrentamiento contra las autoridades y el problema social de la amnistía, se discute el uso veraz o fraudulento de las imágenes. Para ello se aportan imágenes tomadas por seres anónimos e imágenes de los noticiarios y la policía, demostrándose cómo en estos últimos el “fuego controlado o intencionado” puede lograrse, de manera más espectacular, con “paredes de fuego”, en las que las llamas “lamen” las ventanas. Imágenes de fuego producidas, frente al caos icónico de las otras, donde el fuego es informe, sin espacio ni cuadro, real. Entre el fuego controlado y el descontrolado existe la misma diferencia que entre el cine de actantes y el cine de videntes. La diferencia entre planos de incendios filmados por Denis Villenueve o la Policía, o el incendio en el plano de Stan Brakhage o Monte Hellman. Porque controlar el universo, provocar incendios controlados, es lo mismo que cocinar pasteles, y vendérselos a un montón de ganado. Como Hitchcock, pero aquí y ahora.
En estas lecciones de control policial de la escena, el fuego no quema ni calienta. Aquí, como también dirían Radiohead (Villenueve pone no una, sino dos canciones de la banda, la primera dos veces), “Everything in its right place”, todo está controlado, no quedan cabos sueltos, el puzzle está formado. Esta diafanidad transluce el vacío propio de Incendies. Compárese con esa Lecciones de oscuridad de Werner Herzog, el Hijo de Aquél Padre Fundador, y sus incendios, de los que se diría: “Hay imágenes fílmicas que hacen aparecer el fuego como un poder infernal”. Que queman, y calientan.
En estas lecciones de control policial de la escena, el fuego no quema ni calienta. Aquí, como también dirían Radiohead (Villenueve pone no una, sino dos canciones de la banda, la primera dos veces), “Everything in its right place”, todo está controlado, no quedan cabos sueltos, el puzzle está formado. Esta diafanidad transluce el vacío propio de Incendies. Compárese con esa Lecciones de oscuridad de Werner Herzog, el Hijo de Aquél Padre Fundador, y sus incendios, de los que se diría: “Hay imágenes fílmicas que hacen aparecer el fuego como un poder infernal”. Que queman, y calientan.