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Western. Aventuras
Un viejo agente del Gobierno, alcohólico y tuerto (John Wayne), es contratado por Mattie Ross (Kim Darby), una valerosa y obstinada joven, que se propone capturar al asesino de su padre. Contarán además con la colaboración de La Boeuf (Campbell), un ránger de Tejas. (FILMAFFINITY)
12 de febrero de 2011
12 de febrero de 2011
8 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra de los hermanos díscolos de Jolibú, epítome y paradigma durante lustrosos lustros de la independencia cinematográfica norteamericana –al menos para la Gran Crítica que no sabe nada de Mekas ni del AFA-, se ha caracterizado siempre por desenvolverse entre las categorías de la reescritura y el palimpsesto, la mímesis y el remake. Y si bien en los 90 produjeron títulos que ya son clásicos para la nueva cinefilia (Barton Fink (91), Fargo (96), El gran Lebowski (98)), la primera década del siglo hipermoderno mostró la pérdida de fuelle de la pareja, con contadas excepciones (casos de El hombre que no estuvo allí (01) o No es país para viejos (07): el resto de sus filmes evidenciaba un cansancio que pronto pareció hacerse programático. Los Coen se convirtieron, recreación tras recreación (de la screwball comedy a la comedia inglesa de los cincuenta), en una forma estilizada y repetitiva, que había perdido la negritud que los definía, la distante ironía, para quedarse sólo con la parte típicamente oligofrénica de su filmografía: aquella que realiza la radiografía de la estulticia, la etnografía de lo estólido.
Recreación, reproducción, remake. Repetición. Todo aquello que recoge el prefijo re- se considera, según los antropólogos y críticos de la sociedad más requetemodernos, el “espacio basura”. Es el vertedero cultural del espectáculo que se reproduce a sí mismo, dicen los que han leído a Debord y Baudrillard, quedando liquidificados. La Modernidad Remake, en la cual, sin el mito de lo nuevo, sólo queda el Mito. Al que hay que pergeñarse, y llenar.
Si algún género responde claramente al mecanismo de la mitificación (dado que Jolibú es la fábrica de los sueños igualmente que la industria de los mitos), ése es el western. Desde el primer rollo de película que narraba el atraco del tren de Edwin S. Porter a los clásicos de Ford, Hawks, Mann, Daves o Boetticher, el género western ha ejercicido como fundamental prótesis del origen para el imaginario norteamericano. Pueblo infantil sin historia, se sirvió del Cine para construirse una, haciendo de ella toda una tradición visual (lo nunca visto). De ahí que sea quizás el género más codificado y, al tiempo, el menos universal, el más propiamente yanqui.
Recreación, reproducción, remake. Repetición. Todo aquello que recoge el prefijo re- se considera, según los antropólogos y críticos de la sociedad más requetemodernos, el “espacio basura”. Es el vertedero cultural del espectáculo que se reproduce a sí mismo, dicen los que han leído a Debord y Baudrillard, quedando liquidificados. La Modernidad Remake, en la cual, sin el mito de lo nuevo, sólo queda el Mito. Al que hay que pergeñarse, y llenar.
Si algún género responde claramente al mecanismo de la mitificación (dado que Jolibú es la fábrica de los sueños igualmente que la industria de los mitos), ése es el western. Desde el primer rollo de película que narraba el atraco del tren de Edwin S. Porter a los clásicos de Ford, Hawks, Mann, Daves o Boetticher, el género western ha ejercicido como fundamental prótesis del origen para el imaginario norteamericano. Pueblo infantil sin historia, se sirvió del Cine para construirse una, haciendo de ella toda una tradición visual (lo nunca visto). De ahí que sea quizás el género más codificado y, al tiempo, el menos universal, el más propiamente yanqui.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La historia del western muestra, a su modo, cómo este entró en decadencia en lo que es comúnmente conocido como western crepuscular (pérdida del aura. personajes radicales, como un viejo y una niña o un grupo salvaje), espectro que recoge igualmente las últimas obras de grandes como Ford (El hombre que mató a Liberty Valance (62)), Hawks (El dorado (66) o el propio Henry Hathaway) y de realizadores de la modernidad como Sam Peckinpah o Monte Hellman (por remitirse exclusivamente al ámbito de los States, dejando el caso Leone (o el caso Glauber Rocha o el caso Luc Moullet) como excepciones globales). La decadencia condujo por un tiempo a la desaparición, hasta la llegada de lo que podríamos llamar (por no hablar de posts de hipers o de news) el “tiempo basura”, en consonancia con el espacio residual. En esa arquitectura geopolítica, el western retorna como lo hace lo reprimido: con la latencia de lo dormido, de lo que, carente de presente, sólo tiene pasado. El remake, no sólo como operación cosmética (estética) sino como estrategia política (ética). (Aquí germinan las interpretaciones obamanianas de este “Valor de ley”).
(continúa en "Valor de ley" (2010))
(continúa en "Valor de ley" (2010))