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Voto de Francisco Javier Millan:
8

Voto de Francisco Javier Millan:
8
7.0
30,087
12 de noviembre de 2015
12 de noviembre de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es indudable que en nuestra sociedad hemos convertido a la muerte en uno de los temas tabús más importantes. Todo a nuestro alrededor gira en torno al nacimiento y a la vida, pero no sobre el final de ésta.
El director Cesc Gay se adentra en este territorio, desde el punto de vista del drama humano que vive un veterano actor de teatro, al que se le ha diagnosticado un cáncer de difícil cura.
Y aunque evidentemente la cinta toma como motor principal las consecuencias de este trágico final, el guión prefiere transitar en la relación existente entre dos amigos. Dos personas bastante diferentes entre sí, que aparentemente no se aportan grandes experiencias vitales, pero que son inseparables desde siempre.
Un canto al valor de la amistad, tan devaluado y menospreciado en nuestros días, dentro de una sociedad en la que muchos miran para otro lado, en el momento en que se enteran que alguien cercano está sufriendo esta terrible enfermedad.
Y es que el cáncer no solo está presente en forma de mal biológico, sino también en la mente colectiva de muchas personas. Precisamente de ahí radica el menosprecio del verdadero significado de la palabra “amigo”.
La película discurre de manera plácida, en un intento de cerrar cabos por parte de su protagonista: un inconmensurable Ricardo Darín, en el zenit de su carrera como actor.
Su compañero, Javier Cámara, aporta sosiego y reflexión, en un viaje de acompañamiento hacía un final no exento de drama, pero alejado de cualquier atisbo de lágrima fácil.
De entre todas sus conversaciones y experiencias, me quedo principalmente con el episodio que transcurre en Amsterdam. Una ciudad donde un hijo deberá despedirse de un padre que apenas ve, y donde se nos presenta una de las escenas más amargas del conjunto.
Una película imprescindible, humanista, que se convierte por derecho propio, en la mejor aportación de su autor a la cinematografía española.
El director Cesc Gay se adentra en este territorio, desde el punto de vista del drama humano que vive un veterano actor de teatro, al que se le ha diagnosticado un cáncer de difícil cura.
Y aunque evidentemente la cinta toma como motor principal las consecuencias de este trágico final, el guión prefiere transitar en la relación existente entre dos amigos. Dos personas bastante diferentes entre sí, que aparentemente no se aportan grandes experiencias vitales, pero que son inseparables desde siempre.
Un canto al valor de la amistad, tan devaluado y menospreciado en nuestros días, dentro de una sociedad en la que muchos miran para otro lado, en el momento en que se enteran que alguien cercano está sufriendo esta terrible enfermedad.
Y es que el cáncer no solo está presente en forma de mal biológico, sino también en la mente colectiva de muchas personas. Precisamente de ahí radica el menosprecio del verdadero significado de la palabra “amigo”.
La película discurre de manera plácida, en un intento de cerrar cabos por parte de su protagonista: un inconmensurable Ricardo Darín, en el zenit de su carrera como actor.
Su compañero, Javier Cámara, aporta sosiego y reflexión, en un viaje de acompañamiento hacía un final no exento de drama, pero alejado de cualquier atisbo de lágrima fácil.
De entre todas sus conversaciones y experiencias, me quedo principalmente con el episodio que transcurre en Amsterdam. Una ciudad donde un hijo deberá despedirse de un padre que apenas ve, y donde se nos presenta una de las escenas más amargas del conjunto.
Una película imprescindible, humanista, que se convierte por derecho propio, en la mejor aportación de su autor a la cinematografía española.