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8
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6.6
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Terror
Varios jóvenes de una pequeña localidad tienen habitualmente pesadillas en las que son perseguidos por un hombre deformado por el fuego y que usa un guante terminado en afiladas cuchillas. Algunos de ellos comienzan a ser asesinados mientras duermen por este ser que resulta ser Freddy Krueger, un hombre con un pasado abominable. (FILMAFFINITY)
27 de abril de 2025
27 de abril de 2025
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay películas claramente pertenecientes al género del terror que DEBEN ser vistas sí o sí durante la infancia, entre ellas incluiría al mito por excelencia de Wes Craven. Y no por someter a tu descendencia al visionado de esta peli has de ser considerado peor padre, ni un ser carente de escrúpulos ni alguien que desprecia el bienestar de sus hijos o no desea lo mejor para ellos. Precisamente por eso, por querer lo mejor para tu retoño e introducirle de lleno en lo que significa cagarse por la pata abajo viendo una película y recordar esa cagada con aprecio y nostalgia cuando sea mayor, le pondría entre pecho y espalda esta historia antes de que el virus de la vulgaridad cinematográfica de los tiempos actuales que corren consiga contaminar en su cabeza la esencia más pura del slasher a golpe de cliché pasado por el molde de la producción en cadena.
Y es que la leyenda de Freddy Krueger, Robert Englund mediante, se disfruta y se sufre muchísimo más cuando se es pequeño que cuando uno ya está bien entrado en años, consiguiendo calar de manera tan profunda en tu psique infantil que por mucho tiempo que pueda pasar desde su estreno y por muy chusquera y rancia que pueda parecer su estética a ojos de un espectador actual, su alma seguirá conservándose cuando seas adulto en una especie de formol a prueba de bombas. "Pesadilla en Elm Street" es de esas películas extrañas, que parecen estar hechas a medio camino entre la voluntad de tomarse muy en serio y la de tomarse a sí mismas muy a la ligera. Combina tan bien su capacidad para ponerte los pelos de punta con su sutilidad humorística casi en clave de parodia, que el propio personaje de Krueger es puro sarcasmo, pura ironía representación de algo tan difícil de comprender como son los sueños. Pero es ahí precisamente donde se destapa el valor de esta historia, porque explora un terreno onírico sobre el que se han escrito miles de teorías intentando dar justificación racional, sentido a sus representaciones y valor real a su significado y esto es algo tan universal que no entiende ni de idiomas ni de edades, que se presta a fascinar al espectador tanto más cuanto menor sea su edad y por lo tanto más pequeña su capacidad de juicio y raciocinio.
Wes Craven nos invita a dejarnos llevar, a pensar que nosotros podemos ser la siguiente víctima. Quizá esa misma noche, quizá la de pasado mañana, cuando caprichosamente nuestro subconsciente más recóndito venga a visitarnos y nos haga creer que ya no hay escapatoria, que nuestros miedos nos persiguen y nos acechan para acabar encontrándonos en paños menores, desnudos ante nuestro propia mirada, indefensos y sin ayuda de nadie que nos pueda despertar, metidos en un bucle de temores que solo existen dentro de nuestra cabeza. El miedo a quedarse dormido, a poder sufrir la peor de tus pesadillas por mucho que te esfuerces en no volver a sufrirlas nunca más, el querer correr y sentirte inmovilizado en un lodazal en el que tus piernas pesan tanto que no puedes moverte, el morir ahogado a medio metro de la superficie, el horror de huir y que tus miedos corran más rápido que tú. Las paredes se interponen en tu camino, tus caminos se cierran ante tus narices, el terror suena tan desagradablemente mal que chirría y rechina una y otra vez dentro de nuestra jodida cabeza. Y yo me cago. O mejor dicho, me cagué en su momento y ahora veo esas garras y recuerdo cómo me cagué allá por los años 80, aunque ahora tienda a reírme más que a hacerme popó cuando veo al bueno de Freddy correr de aquí para allá persiguiendo a sus víctimas como un mono empapado en crack.
Una estética inconfundiblemente ochentera, ahora un tanto vetarra, cutre por momentos pero otorgando al conjunto un resultado sobrio, firme, seguro de sí mismo, bien cimentado y sobre todo muy bien rodado, consiguiendo que muchas de sus escenas resulten mucho más creíbles y espectaculares que otras filmadas dentro de la misma temática 30 o 40 años después. Tiene ese punto siniestro de "El Resplandor", deja tufo a "El Exorcista" y se dejan entrever vestigios de zombis, muertos vivientes y demás guarradas varias con un punto de sexualización del crimen que asoma la patita de la lascivia adolescente, para que las muertes resulten más siniestras y atractivas si cabe. Pero la pesadilla de Craven está hecha con tanta mala leche e hila tan fino con su acidez y su mensaje subliminal, que se atreve incluso con el tema de los traumas infantiles, la influencia de éstos en el arduo camino puberal hacia la edad adulta y su punto cuasi pederástico de una venganza que parece no conocer fin.
Sucia, oscura, tenebrosa, maldita, ruin pero al mismo simpática. Todo esto se resume en una sola cara, una sola imagen, la de Freddy Krueger, la expresión de la muerte, de la venganza, del terror, del desquiciamiento y de la locura convertida casi en perversidad, cuerda pero descerebrada al mismo tiempo. El lirismo de los chorros a granel que nos ofrece Wes Craven en su "Pesadilla en Elm Street" concentrados en una sola hipnótica mirada imposible de olvidar y en unas cuchillas que chirrían en nuestros oídos y nuestro cerebro hasta más allá de los límites de lo tolerable.
Yo no sé tú, pero desde que vi esta cosa, la hora de dormir nunca volvió a ser lo mismo.
¿Se necesita algo más para convertir una película en mito?
Morir de sueño o morir soñando. Tú eliges...
Y es que la leyenda de Freddy Krueger, Robert Englund mediante, se disfruta y se sufre muchísimo más cuando se es pequeño que cuando uno ya está bien entrado en años, consiguiendo calar de manera tan profunda en tu psique infantil que por mucho tiempo que pueda pasar desde su estreno y por muy chusquera y rancia que pueda parecer su estética a ojos de un espectador actual, su alma seguirá conservándose cuando seas adulto en una especie de formol a prueba de bombas. "Pesadilla en Elm Street" es de esas películas extrañas, que parecen estar hechas a medio camino entre la voluntad de tomarse muy en serio y la de tomarse a sí mismas muy a la ligera. Combina tan bien su capacidad para ponerte los pelos de punta con su sutilidad humorística casi en clave de parodia, que el propio personaje de Krueger es puro sarcasmo, pura ironía representación de algo tan difícil de comprender como son los sueños. Pero es ahí precisamente donde se destapa el valor de esta historia, porque explora un terreno onírico sobre el que se han escrito miles de teorías intentando dar justificación racional, sentido a sus representaciones y valor real a su significado y esto es algo tan universal que no entiende ni de idiomas ni de edades, que se presta a fascinar al espectador tanto más cuanto menor sea su edad y por lo tanto más pequeña su capacidad de juicio y raciocinio.
Wes Craven nos invita a dejarnos llevar, a pensar que nosotros podemos ser la siguiente víctima. Quizá esa misma noche, quizá la de pasado mañana, cuando caprichosamente nuestro subconsciente más recóndito venga a visitarnos y nos haga creer que ya no hay escapatoria, que nuestros miedos nos persiguen y nos acechan para acabar encontrándonos en paños menores, desnudos ante nuestro propia mirada, indefensos y sin ayuda de nadie que nos pueda despertar, metidos en un bucle de temores que solo existen dentro de nuestra cabeza. El miedo a quedarse dormido, a poder sufrir la peor de tus pesadillas por mucho que te esfuerces en no volver a sufrirlas nunca más, el querer correr y sentirte inmovilizado en un lodazal en el que tus piernas pesan tanto que no puedes moverte, el morir ahogado a medio metro de la superficie, el horror de huir y que tus miedos corran más rápido que tú. Las paredes se interponen en tu camino, tus caminos se cierran ante tus narices, el terror suena tan desagradablemente mal que chirría y rechina una y otra vez dentro de nuestra jodida cabeza. Y yo me cago. O mejor dicho, me cagué en su momento y ahora veo esas garras y recuerdo cómo me cagué allá por los años 80, aunque ahora tienda a reírme más que a hacerme popó cuando veo al bueno de Freddy correr de aquí para allá persiguiendo a sus víctimas como un mono empapado en crack.
Una estética inconfundiblemente ochentera, ahora un tanto vetarra, cutre por momentos pero otorgando al conjunto un resultado sobrio, firme, seguro de sí mismo, bien cimentado y sobre todo muy bien rodado, consiguiendo que muchas de sus escenas resulten mucho más creíbles y espectaculares que otras filmadas dentro de la misma temática 30 o 40 años después. Tiene ese punto siniestro de "El Resplandor", deja tufo a "El Exorcista" y se dejan entrever vestigios de zombis, muertos vivientes y demás guarradas varias con un punto de sexualización del crimen que asoma la patita de la lascivia adolescente, para que las muertes resulten más siniestras y atractivas si cabe. Pero la pesadilla de Craven está hecha con tanta mala leche e hila tan fino con su acidez y su mensaje subliminal, que se atreve incluso con el tema de los traumas infantiles, la influencia de éstos en el arduo camino puberal hacia la edad adulta y su punto cuasi pederástico de una venganza que parece no conocer fin.
Sucia, oscura, tenebrosa, maldita, ruin pero al mismo simpática. Todo esto se resume en una sola cara, una sola imagen, la de Freddy Krueger, la expresión de la muerte, de la venganza, del terror, del desquiciamiento y de la locura convertida casi en perversidad, cuerda pero descerebrada al mismo tiempo. El lirismo de los chorros a granel que nos ofrece Wes Craven en su "Pesadilla en Elm Street" concentrados en una sola hipnótica mirada imposible de olvidar y en unas cuchillas que chirrían en nuestros oídos y nuestro cerebro hasta más allá de los límites de lo tolerable.
Yo no sé tú, pero desde que vi esta cosa, la hora de dormir nunca volvió a ser lo mismo.
¿Se necesita algo más para convertir una película en mito?
Morir de sueño o morir soñando. Tú eliges...