Si existe un terreno dramatúrgico dotado de fertilidad para aproximarse a él desde la perspectiva femenina -maxime tratándose de una ópera prima desnuda de tics autorales o manierismos estéticos- es la representación naturalista de la pubertad, la forja de la personalidad y el devenir del verano que desencadena el hallazgo del amor y la amistad (o ambas cosas). Y en cierto modo, como ya ocurriera con Carla Simón -realizadora practicamente coetánea, temporal y estilísticamente- es en su puesta de largo cinematográfica -tras haber codirigido junto a Miguel del Arco una más que estimulante reconstrucción a lo Estudio 1 de 'Juicio a una zorra' para HBO- donde Clara Roquet muestra sin ambajes una sólida capacidad para aunar inocencia y sensibilidad -que no sensiblería- sin perder en el camino la indispensable toma de contacto con la realidad que aboca a su protagonista al desengaño -por culpa de un personaje adulto, como corresponde- al adquirir conciencia (sin que el placebo veraniego la distorsione) de las diferencias entre clases sociales, lo que arma a su relato del poso agridulce inherente a toda fábula de autodescubrimiento en la adolescencia -María Morera-, fariseísmo en la edad madura -Nora Navas- y enfermedad en la vejez -una extraordinaria Vicky Peña-.
Nicolle García y Carol Hurtado, madre e hija dentro de su propia película, escalan con innumerables peldaños de ahogos y dificultades por encima de los de su correspondiente homóloga generacional.
Una ópera prima tan humana como desidealizadora.