Sería harto ilógico comparar a Ron Howard cuando adapta a Theodor Seuss Geisel con Tim Burton -como lo fue, y esto sucedería, a Steven Spielberg cuando hizo lo propio con Roald Dahl- en un baño infantil de optimismo, colores, parafernalia mágica y luces estridentes (con quien justamente trata de acabar con ellas) como lo sería no tomar conciencia de que, amen de que Dr Seuss es una influencia inherente del propio Burton, parece imposible imaginar una adaptación de cualquier criatura del Dr Seuss sin esos ingredientes. Sencillamente trabajan con los mismos materiales.
Con todo, y pese al esmerado despliegue de F/X, maquillaje y un diseño de producción a la altura de las circunstancias villaquienenses, el motor es el choque de energías con orientaciones opuestas, pero parejas en histérica y descacharrante locuacidad, de Jim Carrey para su tercera metamorfosis verdosa frente a una vivaracha, adorable y marisabidilla Taylor Momsen con unos cuantos años y centímetros menos que antes de líderar la banda The Pretty Reckless. También aquí suelta gorgoritos, pero cómo lo diría.... va de otro palo.
Clint Howard es tan difícil de confundir por más maquillaje al que le sometan su hermano y Rick Baker como Jefrrey Tambor, Christine Baranski -actuando como si fuese la parodia porno del Grinch- o Molly Shannon. A la que si te perderás si parpadeas es a la extra no acreditada Bryce Dallas Howard fogueándose ante la cámara.
Lo dicho. Villancicos, hocicos de castor y un duende que no para de refunfuñarle al solsticio de invierno. Un cuento familiar para todos los públicos con el que pasártelo considerablemente mejor, como espectador, que el colaborador de Rick Baker, Kazuhiro Tsuji, cuando pasaba un calvario para maquillar a un "difícil" Jim Carrey complicándole la existencia.