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5
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5
7.6
9,162
Drama
Lora Meredith (Lana Turner), una actriz viuda en paro, vive con su hija adolescente (Sandra Dee) en Nueva York. Un día, conoce por casualidad a Annie, una mujer negra (Juanita Moore) a la que contrata como sirvienta. Ese mismo día conoce también a Steve (John Gavin), un fotógrafo que se enamora de ella. (FILMAFFINITY)
3 de febrero de 2009
3 de febrero de 2009
55 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los años setenta un grupo de críticos europeos, especialmente franceses y británicos comenzaron a rescatar del olvido al director norteamericano de origen alemán Douglas Sirk. Hasta entonces Sirk había sido considerado un realizador menor, especialista de los melodramas amorosos, a los que se achacaban su banalidad, inverosimilitud y que abordaba temas en general sin demasiada importancia.
Particularmente creo que ese desprecio al que estuvo sometido tanto tiempo fue una injusticia, ya que Sirk cuanta con un puñado de películas que merecen figurar por sí solas entre el catálogo imprescindible de la década de los cincuenta. Ahora bien, tampoco acepto la nueva ola, que intenta situar a este director entre los más grandes de la historia del cine.
La historia de este alemán de Hamburgo es realmente curiosa, no fue como tantos otros contemporáneos suyos que tuvieron que exiliarse con la llegada de los nazis al poder. Más bien al contrario. Desde el año 1933 hasta casi empezada la SGM, fue uno de los directores favoritos del Ministerio de Propaganda Nazi, dirigido por Josef Goebbels, con el que mantenía una buena amistad. Su caída fue totalmente cinematográfica. Su primera mujer, seguidora acérrima de Hitler, de la que se había divorciado, fue la que denunció que Sirk se había casado con una actriz de origen judía en la segunda mitad de los años 30. Y eso, por muchos amigos que tuvieras era imperdonable en aquel momento, tal y como le pasó a tantos otros alemanes que vivían a costa del régimen, su matrimonio supuso su desgracia, como le ocurrió a Karl Haushofer, director de la Academia Alemana y del Instituto de Geopolítica de Munich. Su mujer tuvo que escapar a Italia, donde el tema judío nunca tuvo gran importancia, y Sirk acabó exiliado en Estados Unidos con la guerra ya empezada.
A pesar de que en los años 40 hizo sobre todo cine negro, como casi todos, muy pronto encontraría el género donde mejor se movió, el melodrama. Ahí nos dejó grandes películas, otras buenas, regulares algunas y discretas las menos.
En este último apartado sitúo su última película dirigida en Estados Unidos antes de regresar a Europa, “Imitación a la vida”, a la que considero una obra muy sobrevalorada, a la que se podía definir como un culebrón de serie alta pero nada más.
La novela en la que se inspira el guión es de Fannie Hurst, una Danielle Steel de su tiempo, autora de obras con títulos como “De amor también se muere”. Con semejantes mimbres realizar una gran película no resulta nada fácil, pero al menos Sirk consigue que el ritmo y la luminosidad de su puesta en escena –siempre fue uno de los directores más pictóricos de Hollywood- hagan que se desvíe la atención de las varias escenas totalmente irritantes por absurdas y ñoñas que nos encontraremos.
Apuntar que “Imitación a la vida” ha envejecido muy mal es una obviedad, se asemeja a una revista del corazón, que pasado un tiempo carece de verdadero valor.
Particularmente creo que ese desprecio al que estuvo sometido tanto tiempo fue una injusticia, ya que Sirk cuanta con un puñado de películas que merecen figurar por sí solas entre el catálogo imprescindible de la década de los cincuenta. Ahora bien, tampoco acepto la nueva ola, que intenta situar a este director entre los más grandes de la historia del cine.
La historia de este alemán de Hamburgo es realmente curiosa, no fue como tantos otros contemporáneos suyos que tuvieron que exiliarse con la llegada de los nazis al poder. Más bien al contrario. Desde el año 1933 hasta casi empezada la SGM, fue uno de los directores favoritos del Ministerio de Propaganda Nazi, dirigido por Josef Goebbels, con el que mantenía una buena amistad. Su caída fue totalmente cinematográfica. Su primera mujer, seguidora acérrima de Hitler, de la que se había divorciado, fue la que denunció que Sirk se había casado con una actriz de origen judía en la segunda mitad de los años 30. Y eso, por muchos amigos que tuvieras era imperdonable en aquel momento, tal y como le pasó a tantos otros alemanes que vivían a costa del régimen, su matrimonio supuso su desgracia, como le ocurrió a Karl Haushofer, director de la Academia Alemana y del Instituto de Geopolítica de Munich. Su mujer tuvo que escapar a Italia, donde el tema judío nunca tuvo gran importancia, y Sirk acabó exiliado en Estados Unidos con la guerra ya empezada.
A pesar de que en los años 40 hizo sobre todo cine negro, como casi todos, muy pronto encontraría el género donde mejor se movió, el melodrama. Ahí nos dejó grandes películas, otras buenas, regulares algunas y discretas las menos.
En este último apartado sitúo su última película dirigida en Estados Unidos antes de regresar a Europa, “Imitación a la vida”, a la que considero una obra muy sobrevalorada, a la que se podía definir como un culebrón de serie alta pero nada más.
La novela en la que se inspira el guión es de Fannie Hurst, una Danielle Steel de su tiempo, autora de obras con títulos como “De amor también se muere”. Con semejantes mimbres realizar una gran película no resulta nada fácil, pero al menos Sirk consigue que el ritmo y la luminosidad de su puesta en escena –siempre fue uno de los directores más pictóricos de Hollywood- hagan que se desvíe la atención de las varias escenas totalmente irritantes por absurdas y ñoñas que nos encontraremos.
Apuntar que “Imitación a la vida” ha envejecido muy mal es una obviedad, se asemeja a una revista del corazón, que pasado un tiempo carece de verdadero valor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sería algo largo exponer todas las escenas, a mi juicio ridículas, con las que cuenta la película, por lo que siendo positivos me quedaré al menos con el trabajo de artesano de Douglas Sirk, que sabe como nadie buscar la emoción y las escenas conmovedoras para meterse al espectador en el bolsillo.
Que la “nouvelle vague” le quisiera convertir en un director de cabecera está muy bien, pero no quita que algunos de nosotros pensemos que algunas de sus películas, esta por ejemplo, está más rancia que esa bandeja de turrones que descubrimos meses después de las Navidades en algún cajón perdido del salón.
Nota: 5,3.
Que la “nouvelle vague” le quisiera convertir en un director de cabecera está muy bien, pero no quita que algunos de nosotros pensemos que algunas de sus películas, esta por ejemplo, está más rancia que esa bandeja de turrones que descubrimos meses después de las Navidades en algún cajón perdido del salón.
Nota: 5,3.