Media votos
5.5
Votos
4,397
Críticas
80
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Donald Rumsfeld:
6
![](https://filmaffinity.com/images/myratings/6.png)
7.0
721
Documental
La cineasta y periodista Cassie Jay decidió grabar como feminista un documental sobre un grupo que era considerado machista y misógino. El resultado ha sido una vuelta de tuerca a sus creencias. Todo comenzó con una idea. Conocer, y seguramente desmontar, al grupo conocido como Movimiento por los derechos de los hombres, una asociación que lucha por la igualdad, contra la discriminación del hombre y los movimientos radicales feministas. ... [+]
26 de junio de 2019
11 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las características más llamativas del actual feminismo es la ausencia de críticas sustanciales hacía el mismo. Los únicos que se atreven a levantar la voz son los conservadores más radicales con los argumentos más trasnochados, pero los que deberían decir algo parecen callar. Y otorgar. De entrada, ese inquietante silencio en torno a los postulados feministas (no es lugar para analizarlos) lo emparenta con aquellas ideologías y creencias que más que basarse en un examen riguroso del tema enunciado se articulan en torno a dogmas indemostrables, irrefutables e incuestionables.
Esta ausencia de crítica sucede por varios factores; el primero y más relevante es que el feminismo en sí mismo es irrelevante, no implica una amenaza de cara a la estructura de poder, así que en realidad no es algo que preocupe seriamente a nadie. Es más, no solo es inofensivo sino que de hecho se amolda como una guante al dogma económico imperante. Y a su vez los dogmas feministas están (en apariencia...) estrechamente unidos a temas que tienen una gran impacto emocional a nivel social. Así las cosas es fácil entender que nadie, por muchas dudas que pueda tener en torno a él, quiera adentrarse en ese campo de minas en el que se puede perder mucho y ganar tan poco; como Jaye, hay que ser un poco inconsciente para aventurarse en ese lodazal ideológico del que con toda probabilidad se saldrá enfangado.
Por eso tenía que ser una mujer la que lo hiciera. Porque si para ella tomar conciencia de las contradicciones (siendo generosos) del feminismo contemporáneo significó la censura, el descrédito y el desprecio, que un hombre se desvíe un milímetro de la ortodoxia feminista puede significar el linchamiento automático.
Es obvio que el documental en sí es muy amateur: está más dirigido al corazón que a la cabeza e insiste demasiado en determinados aspectos que ella le resultan chocantes pero que no dejan de ser decididamente terciarios. Es blando, lento y políticamente correcto, lleno de preguntas intrascendentes más centradas en el caso puntual que en la ley general, por lo que no hay un hilo narrativo más allá del viaje ``espiritual´´ que realiza su protagonista. Pero precisamente por eso también podemos asistir en él al tránsito que realiza su directora desde el feminismo inicial hasta desembocar en una perspectiva más compresiva del ser humano. Es decir, Martin Luther King o Gandhi no lucharon específica y exclusivamente por los derechos de los negros o los indios, lo hicieron por los de todos: blancos o negros, mujeres u hombres (con las limitaciones y estrecheces propias de sus contextos). Transito que a su vez provoca una serie de interesantes reacciones.
Cuando Jaye comienza a cobrar conciencia de su fanatismo, acorralada, se esfuerza en contraponer los argumentos feministas a los que se le ofrecen desde perspectivas no alineadas con el movimiento; pero no es más que un último esfuerzo por defender lo que ella misma había sido hasta antes de ayer y ya estaba enterrando en esos mismo instantes. En realidad no necesita pensarlo mucho: Jaye escucha y mientras que por un lado observa a personas que tranquilamente le explican sus puntos de vista, por el otro presencia una plétora de reacciones agresivas: voces que suben de tono, respuestas tan condescendientes como paternalistas, risas inexplicables, sonrisas llenas de dientes, interrupciones, gritos, insultos, las hay que incluso cuestionan su trabajo sin esforzarse en ningún momento en intentar comprenderla, llegando a decirle en la cara que se ha equivocado de bando.
Sí, de bando.
Así que ni siquiera tiene que elegir. Cuando su fanatismo finalmente colapsa bajo el peso de las evidencias y la amenaza de excomunión, está tan aturdida que lo único que puede hacer es echarse a llorar. Sobrepasada por un problema que comenzaba a resultar bastante más grave de lo que creía; a nivel individual, por ejemplo, haber vivido años creyendo cosas que ahora resultaban ser falsas.
Luego está el social.
Según muestra el documental, a las feministas les da igual que por los mismos delitos los hombres tengan condenas más severas: lo que necesitamos, aseguran, son leyes más duras, sobre todo en temas de género. También están absolutamente convencidas de que en ``occidente´´ vivimos inmersos en una ``cultura´´ que promueve la violencia contra las mujeres; inútiles los intentos de Jaye de recordarles que más de 4 de cada 5 víctimas por asesinatos son hombres. O que la tasa de universitarias sea superior a la masculina. O que más del 95% de los muertos en accidente de trabajo y en guerras sean hombres. O que la pobreza extrema afecte a más hombres que mujeres, que vivamos menos y con peor calidad, que tengamos más enfermedades mentales y un conjunto de presiones sociales y expectativas más punitivo, literalmente, que el del que tanto se quejan ellas. Todo esto les importa un bledo. En el mundo que ellas construyen los blancos heterosexuales somos todos unos privilegiados, y, si se nos ocurre protestar, unas lloronas que se quejan por muy poco (disfruten aquí con el machismo de las feministas), unos egoístas que tan sólo tememos perder nuestras tumbonas en primera línea de playa. Y lo más importante: violentos. Muy violentos. Por educación, no: por naturaleza. Según dicen, somos responsables de todos los problemas que han asolado a la humanidad desde el neolítico.
Somos el mal encarnado. Y ahora debemos pagar por ello.
Esta ausencia de crítica sucede por varios factores; el primero y más relevante es que el feminismo en sí mismo es irrelevante, no implica una amenaza de cara a la estructura de poder, así que en realidad no es algo que preocupe seriamente a nadie. Es más, no solo es inofensivo sino que de hecho se amolda como una guante al dogma económico imperante. Y a su vez los dogmas feministas están (en apariencia...) estrechamente unidos a temas que tienen una gran impacto emocional a nivel social. Así las cosas es fácil entender que nadie, por muchas dudas que pueda tener en torno a él, quiera adentrarse en ese campo de minas en el que se puede perder mucho y ganar tan poco; como Jaye, hay que ser un poco inconsciente para aventurarse en ese lodazal ideológico del que con toda probabilidad se saldrá enfangado.
Por eso tenía que ser una mujer la que lo hiciera. Porque si para ella tomar conciencia de las contradicciones (siendo generosos) del feminismo contemporáneo significó la censura, el descrédito y el desprecio, que un hombre se desvíe un milímetro de la ortodoxia feminista puede significar el linchamiento automático.
Es obvio que el documental en sí es muy amateur: está más dirigido al corazón que a la cabeza e insiste demasiado en determinados aspectos que ella le resultan chocantes pero que no dejan de ser decididamente terciarios. Es blando, lento y políticamente correcto, lleno de preguntas intrascendentes más centradas en el caso puntual que en la ley general, por lo que no hay un hilo narrativo más allá del viaje ``espiritual´´ que realiza su protagonista. Pero precisamente por eso también podemos asistir en él al tránsito que realiza su directora desde el feminismo inicial hasta desembocar en una perspectiva más compresiva del ser humano. Es decir, Martin Luther King o Gandhi no lucharon específica y exclusivamente por los derechos de los negros o los indios, lo hicieron por los de todos: blancos o negros, mujeres u hombres (con las limitaciones y estrecheces propias de sus contextos). Transito que a su vez provoca una serie de interesantes reacciones.
Cuando Jaye comienza a cobrar conciencia de su fanatismo, acorralada, se esfuerza en contraponer los argumentos feministas a los que se le ofrecen desde perspectivas no alineadas con el movimiento; pero no es más que un último esfuerzo por defender lo que ella misma había sido hasta antes de ayer y ya estaba enterrando en esos mismo instantes. En realidad no necesita pensarlo mucho: Jaye escucha y mientras que por un lado observa a personas que tranquilamente le explican sus puntos de vista, por el otro presencia una plétora de reacciones agresivas: voces que suben de tono, respuestas tan condescendientes como paternalistas, risas inexplicables, sonrisas llenas de dientes, interrupciones, gritos, insultos, las hay que incluso cuestionan su trabajo sin esforzarse en ningún momento en intentar comprenderla, llegando a decirle en la cara que se ha equivocado de bando.
Sí, de bando.
Así que ni siquiera tiene que elegir. Cuando su fanatismo finalmente colapsa bajo el peso de las evidencias y la amenaza de excomunión, está tan aturdida que lo único que puede hacer es echarse a llorar. Sobrepasada por un problema que comenzaba a resultar bastante más grave de lo que creía; a nivel individual, por ejemplo, haber vivido años creyendo cosas que ahora resultaban ser falsas.
Luego está el social.
Según muestra el documental, a las feministas les da igual que por los mismos delitos los hombres tengan condenas más severas: lo que necesitamos, aseguran, son leyes más duras, sobre todo en temas de género. También están absolutamente convencidas de que en ``occidente´´ vivimos inmersos en una ``cultura´´ que promueve la violencia contra las mujeres; inútiles los intentos de Jaye de recordarles que más de 4 de cada 5 víctimas por asesinatos son hombres. O que la tasa de universitarias sea superior a la masculina. O que más del 95% de los muertos en accidente de trabajo y en guerras sean hombres. O que la pobreza extrema afecte a más hombres que mujeres, que vivamos menos y con peor calidad, que tengamos más enfermedades mentales y un conjunto de presiones sociales y expectativas más punitivo, literalmente, que el del que tanto se quejan ellas. Todo esto les importa un bledo. En el mundo que ellas construyen los blancos heterosexuales somos todos unos privilegiados, y, si se nos ocurre protestar, unas lloronas que se quejan por muy poco (disfruten aquí con el machismo de las feministas), unos egoístas que tan sólo tememos perder nuestras tumbonas en primera línea de playa. Y lo más importante: violentos. Muy violentos. Por educación, no: por naturaleza. Según dicen, somos responsables de todos los problemas que han asolado a la humanidad desde el neolítico.
Somos el mal encarnado. Y ahora debemos pagar por ello.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Sin embargo, la farsa no dura demasiado: la verdadera obsesión de estas feministas no es la violencia, no son las agresiones que sufren las mujeres o el respeto a sus vidas y dignidad. Y en este punto tan solo me limitaré a señalar que por cada mujer que muere asesinada por un hombre fallecen más de trescientas a causa de la contaminación (según datos oficiales...).
El eje central del feminismo es la búsqueda del acceso al poder. Este factor es de orden estrictamente económico. Al igual que el liberalismo económico, las feministas asocian dinero con libertad individual: solo el libre mercado puede garantizar la libertad individual; solo cuando la mujer tenga acceso al mismo en las mismas condiciones que los hombres podrá emanciparse (de nuestra opresión, no de la del mercado) y ser libre. Todo queda claro muy rápido: cuando dicen ganar lo mismo siempre señalan la parte de arriba, le han puesto hasta una etiqueta y están tan obsesionadas con sus techos de cristal que no se dan cuenta de que caminan sobre mármol.
Evidentemente, ganar un montón de dinero no es compatible con establecer límites salariales (esa guerra les da exactamente igual). Pero sí con el bótox, la manicura y los trapitos de 4 cifras. Y aunque el techo sea de cristal y su altura sea estratosférica ellas aspiran a romperlo con una montaña de dinero. Revistas, instituciones, series, películas, premios e incluso días con los que ganar dinero. Y muchas personas viviendo de él. Dispuestas a transformar cualquier acontecimiento en una cruzada contra el hombre blanco, en un síntoma de opresión, en una guerra de sexos cuya narrativa preconiza abiertamente dislates como el femicidio y se recrea con insistencia en escenarios en donde no somos más que una manada de machos sedientos de violencia y sexo. Ya sabéis: si por la noche os vais a cruzar con una mujer por la calle haced el favor de cambiaros de acera. No la vayáis a asustar. La pobre no tiene culpa de que hayamos nacido así.
El miedo es la emoción más rentable a corto plazo. Normalmente usado como táctica de distracción para no tener que afrontar los auténticos problemas (miedo al inmigrante, al judío, al musulmán...; en general, miedo a lo diferente) es usado ahora por el feminismo como herramienta de confrontación social (divide y vencerás) y como instrumento de homogeneización para integrar a la mujer dócilmente dentro de la esfera de ``el mercado´´ y sus intereses. Justo ahí es donde cobra sentido la igualdad salarial. A ``los mercados´´ la idea les encanta: queda fenómeno señalar la igualdad por arriba mientras simultáneamente degradas el tramo salarial más bajo con la loable intención de asumir toda esa nueva mano de obra. Un clásico.
En un plano emocional el miedo y el rencor son los ejes de coordenadas del discurso feminista. Cuando Jaye roza estos temas (intereses, emociones) el nerviosismo y la incomodidad se hacen inmediatamente palpables: brazos cruzados, miradas pétreas, sonrisas artificiales y un lenguaje verbal sobrecargado de prejuicios y frases hechas que acaba por transformarlas en la némesis de aquello mismo que pretenden combatir. Lo peor, sin embargo, es lo evidente que resulta que ellas, ellas más que nadie, desean ser sometidas. Pero no por los hombres, sino por algo que a todas luces les resulta mucho más erótico: el poder. Mucho dinero. En otras palabras: ¿Qué sería de Grey sin sus 50 fajos? En fin, a todos nos enseñaron que no hay que morder la mano que da de comer y no por casualidad una de las características de este feminismo es lo sumisión que se muestra ante el poder (hay feministas de derechas, lo cual, de hecho, es completamente lógico), su puritanismo y su conformismo; incapaz de ver más allá del brote de rabia asesina, la histeria colectiva, el castigo, el revisionismo y el gesto inútil: no se trata de hacer cumplir la Constitución, sino de redactar cada palabra en sus dos géneros. En serio, si no fuera cierto, parecería un chiste machista.
El eje central del feminismo es la búsqueda del acceso al poder. Este factor es de orden estrictamente económico. Al igual que el liberalismo económico, las feministas asocian dinero con libertad individual: solo el libre mercado puede garantizar la libertad individual; solo cuando la mujer tenga acceso al mismo en las mismas condiciones que los hombres podrá emanciparse (de nuestra opresión, no de la del mercado) y ser libre. Todo queda claro muy rápido: cuando dicen ganar lo mismo siempre señalan la parte de arriba, le han puesto hasta una etiqueta y están tan obsesionadas con sus techos de cristal que no se dan cuenta de que caminan sobre mármol.
Evidentemente, ganar un montón de dinero no es compatible con establecer límites salariales (esa guerra les da exactamente igual). Pero sí con el bótox, la manicura y los trapitos de 4 cifras. Y aunque el techo sea de cristal y su altura sea estratosférica ellas aspiran a romperlo con una montaña de dinero. Revistas, instituciones, series, películas, premios e incluso días con los que ganar dinero. Y muchas personas viviendo de él. Dispuestas a transformar cualquier acontecimiento en una cruzada contra el hombre blanco, en un síntoma de opresión, en una guerra de sexos cuya narrativa preconiza abiertamente dislates como el femicidio y se recrea con insistencia en escenarios en donde no somos más que una manada de machos sedientos de violencia y sexo. Ya sabéis: si por la noche os vais a cruzar con una mujer por la calle haced el favor de cambiaros de acera. No la vayáis a asustar. La pobre no tiene culpa de que hayamos nacido así.
El miedo es la emoción más rentable a corto plazo. Normalmente usado como táctica de distracción para no tener que afrontar los auténticos problemas (miedo al inmigrante, al judío, al musulmán...; en general, miedo a lo diferente) es usado ahora por el feminismo como herramienta de confrontación social (divide y vencerás) y como instrumento de homogeneización para integrar a la mujer dócilmente dentro de la esfera de ``el mercado´´ y sus intereses. Justo ahí es donde cobra sentido la igualdad salarial. A ``los mercados´´ la idea les encanta: queda fenómeno señalar la igualdad por arriba mientras simultáneamente degradas el tramo salarial más bajo con la loable intención de asumir toda esa nueva mano de obra. Un clásico.
En un plano emocional el miedo y el rencor son los ejes de coordenadas del discurso feminista. Cuando Jaye roza estos temas (intereses, emociones) el nerviosismo y la incomodidad se hacen inmediatamente palpables: brazos cruzados, miradas pétreas, sonrisas artificiales y un lenguaje verbal sobrecargado de prejuicios y frases hechas que acaba por transformarlas en la némesis de aquello mismo que pretenden combatir. Lo peor, sin embargo, es lo evidente que resulta que ellas, ellas más que nadie, desean ser sometidas. Pero no por los hombres, sino por algo que a todas luces les resulta mucho más erótico: el poder. Mucho dinero. En otras palabras: ¿Qué sería de Grey sin sus 50 fajos? En fin, a todos nos enseñaron que no hay que morder la mano que da de comer y no por casualidad una de las características de este feminismo es lo sumisión que se muestra ante el poder (hay feministas de derechas, lo cual, de hecho, es completamente lógico), su puritanismo y su conformismo; incapaz de ver más allá del brote de rabia asesina, la histeria colectiva, el castigo, el revisionismo y el gesto inútil: no se trata de hacer cumplir la Constitución, sino de redactar cada palabra en sus dos géneros. En serio, si no fuera cierto, parecería un chiste machista.