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Voto de Cinemaparadiso1951:
8
Drama Drama ambientado en la tumultuosa Irlanda del Norte de finales de los años 60. Sigue al pequeño Buddy mientras crece en un ambiente de lucha obrera, cambios culturales, odio interreligioso y violencia sectaria. Buddy sueña con un futuro que le aleje de los problemas, pero, mientras tanto, encuentra consuelo en su pasión por el cine, en la niña que le gusta de su clase, y en sus carismáticos padres y abuelos.
13 de febrero de 2022
3 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En contra de lo que pudiera parecer, por lo que sugiere el título y las primeras imágenes, el último filme del actor-realizador Kenneth Branagh no es un retrato de los conflictos religiosos en Irlanda del Norte. Es cierto que en "BELFAST" la violencia entre católicos y protestantes está ahí, implícita o explícita en muchos momentos; pero no deja de ser el telón de fondo, el marco histórico social en el que se nos da a conocer un mundo específico a través de la mirada de un niño. Un niño que se llama Buddy, pero que es el propio Branagh cuando tenía su edad: nueve años en 1969.

Es esto lo más personal y convincente de una película hecha a contracorriente, donde el director irlandés, nacido en Belfast y emigrado a Inglaterra a los pocos años, hace su particular exploración de la memoria, tan selectiva como la de cualquiera de nosotros, y centrada aquí en los que quizá fueron los mejores años de nuestra vida, la infancia; y, como cualquier recuerdo de nuestra infancia, la realidad se mezcla con la ficción, acaso porque la ficción forma parte de nuestra realidad. Por eso la primera aparición de Buddy en la película es la de nuestro niño jugando en la calle a revivir esas películas de las que tan a gusto disfruta en el cine (un juego infantil del que yo mismo podría hablar por experiencia); aparece blandiendo un gran escudo y una espada de juguete; se cree tan fuerte y seguro como los héroes de los cómics; pero tan pronto como la violencia real entra en juego, siente miedo y corre a refugiarse en los brazos de su madre; para él es la dama de esas historias de palacios, castillos y dragones que tanto le fascinan. Y la dama nunca le puede fallar.

Después de una excelente trayectoria como enamorado de Shakespeare y fiel adaptador de sus obras
("ENRIQUE V", "MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES", "HAMLET" y "TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS"), como fiel discípulo de Olivier o de Welles, Kenneth Branagh pasa por una etapa indefinida y poco interesante cediendo a tentaciones actuales como la del cómic ("THOR") o la del remake ("ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS", para mí su peor película, o "MUERTE EN EL NILO", de inminente estreno). Por eso "BELFAST" me parece su película más personal, porque es donde su autor se implica de verdad con sus raíces y con aquello que forma parte importante de su identidad personal: su familia, sus amigos, el cine, sus primeros amores y la realidad gris, mezcla de sonrisas y lágrimas, de sus años irlandeses.

El cuadro familiar que se nos presenta desde los primeros minutos del filme es de una bonhomía casi increíble: El niño vive con sus padres, su hermano mayor y la pareja de abuelos. Se trata de crear pronto empatía en el espectador a partir de un retrato que --suponemos-- refleja los recuerdos de la propia familia de Branagh. Lo único que impide que esa familia sea plenamente feliz, aparte de los disturbios en el barrio --son protestantes, de clase obrera, en un barrio de mayoría católica--, es el hecho de que el padre pasa la mitad de la semana en Inglaterra por su situación laboral. La madre, en una interpretación extraordinaria, muy matizada, de la actriz Cailtriona Balfe, es una mujer de una belleza serena, silenciosa y sufridora, que sólo desea la felicidad de su familia. El vestuario, elegante pero sencillo, y su peinado nos recuerdan a muchas madres --como la mía--, que aún eran jóvenes en los 60. Los abuelos son una pareja encantadora, porque es amor todo lo que a su nieto saben dar (también estupendos Ciarán Hinds y la muy conocida Judi Dench).

"BELFAST" es, pues, una de esas películas cuyo poderoso encanto reside, sobre todo, en que a partir de la Historia (el cambio de los 60 a los 70 con todas las convulsiones sociales del momento y, en especial, la conflictividad del Ulster y del IRA al fondo) nos adentramos en la "intrahistoria" en su acepción claramente unamuniana: "la vida callada de millones de hombres sin historia". Importan más los aparentemente pequeños gestos domésticos, con sus alegrías y sufrimientos, que lo que está pasando fuera, en el devenir histórico. Por eso me gusta esta película que comento, porque la puedes vivir por dentro todo el tiempo que quieras, aunque su duración sea breve, 90 escasos minutos, que pasan como un suspiro.

Puestos a señalar imperfecciones, como en toda obra de arte, echo a veces en falta un mayor desarrollo de ideas que están solo esbozadas, y me sobran algunas caricaturas humanas: el matón chulesco que se enfrenta al padre, aunque ambos sean protestantes, o el cura católica que condena en misa a los protestantes al fuego eterno en un sermón al que sólo le faltan como decorado las llamas del infierno. Eso en el 69, después del Vaticano II, queda completamente desfasado y hasta de mal gusto.

Y, por supuesto, no quiero olvidarme de los placeres cinéfilos de Keneth Branagh, proyectados en su Bobby: en la película vemos secuencias de "HACE UN MILLÓN DE AÑOS" y de "CHITY, CHITY, BANG, BANG", dos estrenos de la época, y de proyecciones en la tele de "SOLO ANTE EL PELIGRO", que ya era un clásico entonces, y de "EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE", que pronto iba a serlo. El cine era antes y ahora un eficaz remedio cuando nos invade la triste realidad.

Y, por encima de todos estos placeres, está el gozo de seguir a un actor excepcional, el debutante Jude Hill. Seguir la mirada de este niño durante hora y media, comprenderle, reír con él, sufrir con él y jugar con él, valen el precio de una entrada. No se la pierdan.
Cinemaparadiso1951
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