Excesiva, verborreica, fría, enrevesada y pagada de si misma; asi es Tenet. Nolan llevando a cabo la película de espías que siempre quiso realizar, haciéndolo a lo grande, introduciendo un ambicioso elemento de ciencia ficción con el que intentar llevar su cine un paso más allá.
El espectador entra en este nuevo laberinto bastante desconcertado, y el cineasta busca que siga así hasta el final, siempre tres pasos por detrás de la historia, al igual que sus personajes.
Sin embargo la dilatación de esa incógnita impide la conexión del público con lo que se está contando, incluso si lo que ocurre en la pantalla es sorprendente y visualmente exquisito, incluso si consigue que persigamos ese misterio a través de localizaciones, temporalidades y peligros.
Nolan narra de una forma ineficaz y confusa, sobreexplicando conceptos innecesarios y complicando de sobremanera los fundamentos de su asequible argumento, doblemente perjudicado por un montaje errante y problemático (especialmente en sus dos primeros tercios).
El espectador capacitado para aguantar esa persecución alargada y zigzagueante obtendrá una muy merecida recompensa, el as en la manga, el truco final de un cineasta que nunca deja indiferente. Cuarenta minutos finales que son una catedral de la pirotecnia, de los clímax del cine de acción; todo lo anterior se olvida ante el virtuosismo cinematográfico de un Nolan desatado.
A algunos el desenlace les pedirá rebobinar, otros preferirán seguir hacia adelante y no mirar atrás. No importa demasiado, se trata de un espectáculo admirable, por su ímpetu y osadía para romper esquemas y especialmente por su compromiso con el cine y las salas de cine.