Una película que recuerda con descaro a una mezcla entre “El Retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde y “Destino Final”. Ofrece una serie de buenas ideas que resultan algo repetitivas a la media hora de metraje.
La historia nos acerca a la vida de las galerías de arte donde Rhodora Have (René Russo), propietaria de una de estas galerías está pasando unos momentos críticos y parece abrirse el cielo cuando Josephina (Zawe Ashton), su ayudante y amante del crítico de arte Morf Vanderwalt (Jake Gyllenhaal), encuentra unas obras de arte de un artista desconocido pero que les atraen por su rareza y por la sensación que desprenden de estar vivas.
A pesar de la advertencia del artista que indica en su testamento que las obras deben ser quemadas con las consabidas estratagemas legales se hacen con ellas y empiezan a distribuirlas.
En estos momentos se suceden una serie de trágicas muertes que se convierten en una especie de slasher de ultratumba al más puro estilo de “Destino Final” relacionadas con las obras pictóricas que guardan tragedias personales.
Con unas respetables actuaciones de Gyllenhaal-Russo, el tercero en discordia es un John Malkovich que con su breve actuación no da tiempo prácticamente para hacerle una valoración positiva.
La historia navega entre la ficción y el terror sobrenatural sin destacar en ninguno de los dos y en la que abusa de los conocidos “jump scare”, tanto es así que sale el repetitivo sobresalto del gato maullando.
Lo mejor es lo bien que quedan representadas las personalidades de los artistas, críticos y marchantes de arte, normalmente gente fría y con pocos escrúpulos.
En definitiva una película que no destaca en nada pero que ofrece algunos momentos buenos basados en el acertado elenco de su reparto.