Ágora de Alejandro Amenábar, es un film de cine épico y de corte histórico, que toma como base el romance y la religión. Dirigida con un ritmo majestuoso y dinámico, es competente e intachable de por sí, realizada con ímpetu pero carente de pasión y gancho, ya que, aunque técnicamente apunta maneras, no lleva impresa la provocación que tan bien sabe expresar el cineasta en sus films.
La fotografía, es sensacional y grandiosa, además de evocadora y cautivadora por la cantidad de matices que muestra, y por ser decorativa estéticamente hablando e inspiradora en sus fascinantes imágenes. Y la música, es melódica, bella e intrigante, con sonidos confortantes que agradan al público, por ser enigmáticos y estimulantes en un sutil y acertado acompañamiento de la historia.
Las actuaciones, son impecables, convincentes y remarcables. Con brillantes y sublimes interpretaciones de Rachel Weisz, Max Minghella, Ashraf Barhom, Oscar Isaac, Michael Londsdale y Rupert Evans. Empleando para estos unos vestuarios alusivos, impecables y excelentes, en una notablemente trabajada dirección artística, que junto con los decorados sugerentes y soberbios, son algunos de los fuertes del film.
El guion, escrito por el mismo Amenábar junto con Mateo Gil, es interesante, pero tanto, que a veces adormece la atención del público, por mezclar momentos que en ocasiones son apasionantes, pero a veces son redundantes y carentes de seducción. Y usa una narrativa clásica, antigua y equilibrada que gusta escuchar, por ser académica e intachable, envolviendo los diálogos del film en una acertada atmósfera épica.
En conclusión, la considero una obra interesante pero no indispensable, ya que aunque esté bien hecha, es innecesaria de ver por ser por momentos aburrida y lenta. Recomendable por su dirección, vestuarios y caracterizaciones, planos y movimientos de cámara, fotografía, sonidos y narrativa que hacen de Ágora, una cinta técnicamente notable, pero meramente suficiente e insustancial, en cuanto al gancho de su historia.