Profunda introducción a la Iglesia y a la fé que practican los cuáqueros la que nos presenta ese extraordinario narrador que fue William Wyler que con un excelente guión y una magnífica fotografía nos presenta ha dicha congregación con sus costumbres y sus dictados, sobre todo el de la no violencia, que en pleno estallido de la Guerra de Secesión americana, es difícil de cumplir, habida cuenta de la brutalidad de una confrontación bélica en la que te asaltan tu propia casa y a tu familia en busca de alimentos y de cualquier otra cosa donde la palabra violencia se queda corta.

Un revolucionario Gary Cooper que va un poco más allá de la rigidez de sus creencias, está casado con una ministra de la Iglesia, en una excelente e inolvidable interpretación de Dorothy McGuire, y sus tres hijos, el ganso y el caballo, con el que celebra carreras con su vecino los días de culto, un culto que se ciñe única y exclusivamente a la meditación en silencio en su Iglesia, carreras que parecen la única alegría permitida, claro que su vecino no es cuáquero, ni el hijo de mismo, oficial de la Unión que ronda a su hija, que ansía más libertades que los dogmas tan severos en los que les están educando.

Otra muestra de rebeldía es la de su hijo, un jovencísimo Anthony Perkins que luego se hizo famoso al interpretar al psicópata de "Psicosis" de Hitchcock, que duda en coger las armas para defender su forma de vida.

Hay que recordar que los cuáqueros ayudaban a los esclavos fugados de las plantaciones sudistas, dándoles refugio y alimento y ayudándoles a llegar al norte. La familia convive con uno de ellos que trabaja en su granja.

Otra interpretación inolvidable de Gary Cooper, con una socarronería que muchas veces induce a la sonrisa cuando no a la carcajada abierta.

Notable, 8.