Rocky Balboa es lo que nunca llegó a ser Rocky V. Es un ejercicio de nostalgia y melancolía, de recuerdos e imágenes grabadas en la memoria de muchos. Pero sobretodo, es una buena película, sorprendente en el mundo Hollywoodiense actual e inimaginable para una secuela del potro italiano.
Desde una dirección ahora sí madura, el propio Stallone cuenta con fluidez, madurez y estilo la historia de su más emblemático personaje (de hecho, quizá su mayor lastre es deberse a las ataduras que una larga secuela supone).
Con una excelente fotografía, con unas interpretaciones generosas y un guión que sorprende (por excelente en algunas partes e inverosímil en otras) los minutos transcurren con los ojos empañados y las orejas abiertas. Pero sobretodo, con el corazón receptivo.
Por emotiva, personal, dulce y correcta, Rocky Balboa es una disculpa a seguidores y fans, una aventura que, como le sucede a Balboa, nadie pedía y en la que muy pocos creían.

Afortunadamente, no todos los combates cinéfilos se ganan en el ring, contra la crítica (Que dejó K.O. a Stallone) sino que, algunas veces, son los propios espectadores los que otorgan los puntos de los golpes.
Y en este caso, los golpes son para levantarse del asiento y aplaudir.
Como así sucedió en la sala en la que acudí a ver la película.

Genial.