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Voto de Gould:
5
15 de junio de 2018
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aburrida y ñoña biografía del malogrado compositor y pianista Eddie Duchin, prematuramente fallecido a los 41 años. Un empalagoso Tirone Power da vida al protagonista acompañado de la inexpresividad bovina de Kim Novak bajo la descafeinada dirección de George Sidney, un director no solo valorable por sus más conocidas obras -citemos aquí sus dos obras maestras: “Los tres mosqueteros” (1948) y “Scaramouche” (1952)- sino también por las notables “El Danubio rojo” (1949) o “Young Bess” (La reina virgen, 1953)
La primera parte describe su llegada a New York y su progresivo éxito como pianista. Sin dejar de ser en ningún momento acaramelada -y sin querer parecer cínico- la cosa mejora cuando empiezan las desgracias y el guion se embadurna de melodrama. La película está rodada en Cinemascope un formato que, a algunos directores como Sidney, no le hacía sentirse del todo seguro y que, de hecho, evitará en sus tres siguientes películas.
Como puntos a favor hay que reconocer que los números musicales son muy agradables y que Tyrone Power da el pego como Eddie Duchin, con unos magníficos efectos para parecer que toca realmente el piano. Cuenta, además, con algunos buenos detalles como, por ejemplo, la descripción el paso del tiempo a través de diferentes titulares de periódicos que pueden verse en algunas escenas – la hazaña de Lindbergh 1929 o los hechos de Dunquerque en 1940-, en todo caso cualidades todas ellas menores que no logran impedir el que sea, a ratos, una soporífera película, de una gelidez adormecedora, sin mayor interés que un enfermizo afán completista o para aquellos interesados en la vida del biografiado.
La primera parte describe su llegada a New York y su progresivo éxito como pianista. Sin dejar de ser en ningún momento acaramelada -y sin querer parecer cínico- la cosa mejora cuando empiezan las desgracias y el guion se embadurna de melodrama. La película está rodada en Cinemascope un formato que, a algunos directores como Sidney, no le hacía sentirse del todo seguro y que, de hecho, evitará en sus tres siguientes películas.
Como puntos a favor hay que reconocer que los números musicales son muy agradables y que Tyrone Power da el pego como Eddie Duchin, con unos magníficos efectos para parecer que toca realmente el piano. Cuenta, además, con algunos buenos detalles como, por ejemplo, la descripción el paso del tiempo a través de diferentes titulares de periódicos que pueden verse en algunas escenas – la hazaña de Lindbergh 1929 o los hechos de Dunquerque en 1940-, en todo caso cualidades todas ellas menores que no logran impedir el que sea, a ratos, una soporífera película, de una gelidez adormecedora, sin mayor interés que un enfermizo afán completista o para aquellos interesados en la vida del biografiado.