El palermitano Pierfrancesco Diliberto debutó en el cine con esta maravillosa parábola -protagonizada por el propio PIF, acrónimo con el que firma sus obras-, una metafórica comedia, ácida y entrañable, desternillante, sensible y honesta que entrecruza la vida del atolondrado protagonista y su eterno, incombustible y callado amor por su vecina Flora, con el irrespirable ambiente de violencia mafiosa en la Palermo de los años 70, 80 y 90.

Soberano y original repaso de los demonios de la violenta Sicilia, tan exactos y parecidos a los de la reciente historia del País Vasco de mi juventud, con un final emocionante, digno colofón a una propuesta –deudora del cine de Comencini y, en general, de la admirable tradición de la comedia italiana- mucho más profunda de lo que su jocoso tono nos pudiera dar a entender y en la que honestidad, compromiso real, heroísmo civil, memoria y educación alcanzan un grado supremo de expresión.

A la espera de que en España seamos capaces de producir un cine de humor inteligente sin olor a sacristía progre ni a caspa mostrenca, disfrutemos de la inteligencia y emoción de esta soberbia opera prima, tierna, divertida, amarga, necesaria.