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Voto de Gould:
10
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7.2
1,607
Drama
Carlos es un joven que tiene desde niño fijación por el cine. Ahora, casado con Ana, ha conseguido convertir su afición en un medio de vida al convertirse en reportero gráfico. Pero el mismo día que comienza la Guerra Civil española ocurre algo que le hace renegar de las cámaras para siempre. (FILMAFFINITY)
16 de agosto de 2017
16 de agosto de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de las más extraordinarias, audaces y sorprendentes películas del cine español de toda su historia. Canto de amor sin límites al cine y retrato de una obsesión por el séptimo arte, es una película precursora, inaudita y promesa de lo que podría haber sido el cine español fuera del estrecho marco de la censura de los años 40. Durante muchos años permaneció olvidada –el propio Fernando Fernán Gómez la había olvidado- hasta que, redescubierta a partir de los años 80, nos deja sencillamente atónitos, con los ojos como platos por su brillantez, elegancia narrativa e inteligencia de deslumbrante modernidad, por la ausencia total de cualquier gota de aire castizo o dicción campanuda, en suma, por su valor excepcional.
Carlos Durán es un hombre de cine. De hecho, nace en un cine y acabará por convertirse en operador de cámara. La película nos muestra su obsesión por el séptimo arte al tiempo que compartimos sus vivencias, su amor por Ana –interpretada por María Dolores Pradera su esposa también la vida real- los remordimientos por la muerte de ella durante la guerra civil en Barcelona, lo que le hace abandonar, amargado, el cine y luchar en el frente y lo que le convierte en un hombre solitario y taciturno hasta que el milagro, justamente a través del cine, se opera cuando asiste al estreno de “Rebeca” de Hitchcock, en la que se ve reflejado, que le permite conjurar sus obsesiones y remordimientos –hay un claro paralelismo en la escena de las películas caseras- para volver a su antiguo amor por el cine.
Hay una voluntad de estilo indiscutible en LLobet con elegantes planos secuencia, inéditos en el cine español del momento, movimientos de cámara y, sobre todo, admirables elipsis que nos permiten un completo pero nada molesto repaso histórico y cinematográfico por numerosos acontecimientos: el cine de los hermanos Lumière y de Melies, la primera guerra mundial, las protestas contra Maura, Charlot, la guerra de África –donde había muerto el padre de ella- la Expo de Barcelona de 1929, la llegada del sonoro con “El cantor de Jazz”, la llegada de la segunda república –sorprendente plano en el que se sustituye un crucifijo por la imagen de la república-, la autonomía catalana, el frente popular, la olimpiada popular de Barcelona, el alzamiento de 1936, la reacción de los sindicatos, la guerra en Madrid, el asalto al cuartel de montaña, las consignas de la Generalitàt ¡hablando en catalán!, el horror de la guerra, la llegada del cine en color, Cukor y su “Romeo y Julieta” –otra magnífica escena en la que se comprometen-, Hitchcock y Rebeca y siempre con el continuo “leit-motiv” de la linterna mágica símbolo de su actividad, de su vida, de su obsesión.
La película atesora un gran número de escenas magistrales: aquella en la que Carlos descubre el cadáver de su mujer muerta, a manos posiblemente de una partida de anarquistas, filmada en picado o la genial, sutil elipsis que explica el final de la guerra con la sombra de un crucifijo sobre la tumba de ella o, por no insistir, la convulsión necrófila y cinéfila a un tiempo que siente al ver “Rebeca” de Hitchcock o la última escena, cierre perfecto, brillante, en el que ficción y realidad se unen como si, en el fondo, vida y cine fuesen una misma cosa. Película insólita, única, maldita. Extraordinaria obra maestra. Descúbranla, por favor.
Carlos Durán es un hombre de cine. De hecho, nace en un cine y acabará por convertirse en operador de cámara. La película nos muestra su obsesión por el séptimo arte al tiempo que compartimos sus vivencias, su amor por Ana –interpretada por María Dolores Pradera su esposa también la vida real- los remordimientos por la muerte de ella durante la guerra civil en Barcelona, lo que le hace abandonar, amargado, el cine y luchar en el frente y lo que le convierte en un hombre solitario y taciturno hasta que el milagro, justamente a través del cine, se opera cuando asiste al estreno de “Rebeca” de Hitchcock, en la que se ve reflejado, que le permite conjurar sus obsesiones y remordimientos –hay un claro paralelismo en la escena de las películas caseras- para volver a su antiguo amor por el cine.
Hay una voluntad de estilo indiscutible en LLobet con elegantes planos secuencia, inéditos en el cine español del momento, movimientos de cámara y, sobre todo, admirables elipsis que nos permiten un completo pero nada molesto repaso histórico y cinematográfico por numerosos acontecimientos: el cine de los hermanos Lumière y de Melies, la primera guerra mundial, las protestas contra Maura, Charlot, la guerra de África –donde había muerto el padre de ella- la Expo de Barcelona de 1929, la llegada del sonoro con “El cantor de Jazz”, la llegada de la segunda república –sorprendente plano en el que se sustituye un crucifijo por la imagen de la república-, la autonomía catalana, el frente popular, la olimpiada popular de Barcelona, el alzamiento de 1936, la reacción de los sindicatos, la guerra en Madrid, el asalto al cuartel de montaña, las consignas de la Generalitàt ¡hablando en catalán!, el horror de la guerra, la llegada del cine en color, Cukor y su “Romeo y Julieta” –otra magnífica escena en la que se comprometen-, Hitchcock y Rebeca y siempre con el continuo “leit-motiv” de la linterna mágica símbolo de su actividad, de su vida, de su obsesión.
La película atesora un gran número de escenas magistrales: aquella en la que Carlos descubre el cadáver de su mujer muerta, a manos posiblemente de una partida de anarquistas, filmada en picado o la genial, sutil elipsis que explica el final de la guerra con la sombra de un crucifijo sobre la tumba de ella o, por no insistir, la convulsión necrófila y cinéfila a un tiempo que siente al ver “Rebeca” de Hitchcock o la última escena, cierre perfecto, brillante, en el que ficción y realidad se unen como si, en el fondo, vida y cine fuesen una misma cosa. Película insólita, única, maldita. Extraordinaria obra maestra. Descúbranla, por favor.