Almagro es un escenario que transporta. El ritmo es mantenido, continuo, parece evocar la vida monástica. Los intérpretes mantienen el tipo ante la representación de hechos tan extremos. Se aportan, en el guión, todos los posicionamientos que en la época debieron tener lugar. El espectador se sumerge en el relato desde el minuto uno. Hay cierta ironía (más bien socarronería) que descarga en algo la tensión continua de los hechos. Y...¡hay que ver cómo duele todo!