Como un episodio inflado de “The Twilight Zone”, con un loable trabajo de puesta en escena, una premisa intrigante, pinceladas de terror y un tercer acto que te deja algo frío, transcurre la última de Shyamalan, director que ha conocido el fracaso y la gloria, que genera fans y haters por doquier.

Una familia de vacaciones es conducida a una playa en la que ocurren cosas inexplicables. Salir de allí se antoja imposible. Los personajes irán realizando pavorosos descubrimientos, revelando secretos, aceptando la situación, enfrentándose a desafíos. En medio del suspense también nos topamos con notas de humor, que hacen más distendido el ambiente.

Dice el director que le asustaba que la idea fuera demasiado intelectual. En ese aspecto, puede quedarse tranquilo. Imagínense que se hubiera puesto en modo existencialista, a hablarnos de cosas serias y profundas… habría sido desagradable. En cambio nos entrega una obra de fácil digestión, accesible, entretenida, moderadamente inquietante, una película especialmente diseñada para el verano.