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Voto de Iván Rincón Espríu:
7
Voto de Iván Rincón Espríu:
7
6.8
57,834
17 de marzo de 2025
17 de marzo de 2025
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Basado en la novela homónima de Hunter S. Thompson, Terry Gilliam coescribe y dirige la más delirante y demencial de sus comedias en 1998, inclusive que Tideland, con la que tiene mucho en común, sobre todo las drogas y sus efectos como elemento argumental, acaso más que Brazil y 'Doce monos', pero sin el genial futurismo orwelliano, y más todavía que 'Los hermanos Greem', pero sin fantasía supuestamente infantil ni crítica mordaz a la iglesia católica. Lo que vemos aquí es la degradación de unos drogadictos en el contexto de la decadencia imperialista durante los años setenta, con algunas analepsis a los sesenta; el paradigma de esta decadencia no puede ser otro que Las Vegas.
"Aquel que hace una bestia de sí mismo, se libra del dolor de ser un hombre" (Dr. Jonhson). Esta cita rubrica un preámbulo en blanco y negro que alterna escenas documentales de la intervención gringa en Vietnam y protestas en las calles por aquel histórico despropósito que acabó en descalabro político y militar. Hacia el final de la película, vemos a Nixon en televisión, diciendo: "sacrificio, sacrificio, sacrificio".
Abundan mensajes subliminales entre la irreverencia: una bandera gringa ondea sucia y roída como capa de automóvil o cortina de habitación, o es usada de mantel en miniatura sobre la camisa cuando los personajes se narcotizan, inclusive respirando éter diluido en ella.
Un periodista y su abogado (Johnny Depp calvo y Benicio del Toro gordo y seboso), camino a Las Vegas en un convertible rentado sin intención de devolverlo, llevan suficientes enervantes en la cajuela y alucinan murciélagos gigantes en medio del desierto. El primero, que debe cubrir una carrera de motos, sigue alucinando cuando llegan al hotel: el piso se hace agua, los clientes del bar son reptiles, los reporteros gráficos son soldados… Cuando uno delira, el otro está relativamente lúcido. Y Depp, muy en su papel habitual de payaso.
Todo es grotesco, exagerado y "deliciosamente desagradable".
Película no apta para todas las paciencias.
También abundan los miasmas. Los cuartos de hotel que ocupan estos personajes terminan convertidos en nauseabundos muladares, y Del Toro vomita una y otra y por enésima vez en abundancia.
Cameron Diaz aparece durante un minuto en el elevador y afortunadamente no volvemos a verla.
Christina Ricci hace acto de presencia en el cuarto de hotel; es una pintora, fanática religiosa, que prueba las drogas por primera vez y, al parecer, se queda en el viaje. Más adelante reaparece con su cara de niña en el palco de los acusadores, como en 'Monster: asesina serial', con la diferencia de aquí no es más que una de tantas alucinaciones del periodista. Hacia el final, la joven atraviesa la calle, arrastrando unos cartones, como indigente zombi. Sus tres apariciones han de sumar cinco minutos, por lo mucho.
La pesadilla esquizofrénica parece transformarse a mitad de la película, cuando un patrullero detiene al protagonista en la carretera y le pide un beso. Las más hilarantes y delirantes ocurrencias me sorprenden y hacen reír a carcajadas, como si algo cambiara en el estado de ánimo, luego de una hora de comedia negra-sicodélica, bastante difícil de tolerar.
Algunos pasajes son narrados en off por Johnny Depp con un tono paródico del clásico cine negro y una banda sonora de rock al estilo de Janis Joplin y The Rolling Stones.
"Aquel que hace una bestia de sí mismo, se libra del dolor de ser un hombre" (Dr. Jonhson). Esta cita rubrica un preámbulo en blanco y negro que alterna escenas documentales de la intervención gringa en Vietnam y protestas en las calles por aquel histórico despropósito que acabó en descalabro político y militar. Hacia el final de la película, vemos a Nixon en televisión, diciendo: "sacrificio, sacrificio, sacrificio".
Abundan mensajes subliminales entre la irreverencia: una bandera gringa ondea sucia y roída como capa de automóvil o cortina de habitación, o es usada de mantel en miniatura sobre la camisa cuando los personajes se narcotizan, inclusive respirando éter diluido en ella.
Un periodista y su abogado (Johnny Depp calvo y Benicio del Toro gordo y seboso), camino a Las Vegas en un convertible rentado sin intención de devolverlo, llevan suficientes enervantes en la cajuela y alucinan murciélagos gigantes en medio del desierto. El primero, que debe cubrir una carrera de motos, sigue alucinando cuando llegan al hotel: el piso se hace agua, los clientes del bar son reptiles, los reporteros gráficos son soldados… Cuando uno delira, el otro está relativamente lúcido. Y Depp, muy en su papel habitual de payaso.
Todo es grotesco, exagerado y "deliciosamente desagradable".
Película no apta para todas las paciencias.
También abundan los miasmas. Los cuartos de hotel que ocupan estos personajes terminan convertidos en nauseabundos muladares, y Del Toro vomita una y otra y por enésima vez en abundancia.
Cameron Diaz aparece durante un minuto en el elevador y afortunadamente no volvemos a verla.
Christina Ricci hace acto de presencia en el cuarto de hotel; es una pintora, fanática religiosa, que prueba las drogas por primera vez y, al parecer, se queda en el viaje. Más adelante reaparece con su cara de niña en el palco de los acusadores, como en 'Monster: asesina serial', con la diferencia de aquí no es más que una de tantas alucinaciones del periodista. Hacia el final, la joven atraviesa la calle, arrastrando unos cartones, como indigente zombi. Sus tres apariciones han de sumar cinco minutos, por lo mucho.
La pesadilla esquizofrénica parece transformarse a mitad de la película, cuando un patrullero detiene al protagonista en la carretera y le pide un beso. Las más hilarantes y delirantes ocurrencias me sorprenden y hacen reír a carcajadas, como si algo cambiara en el estado de ánimo, luego de una hora de comedia negra-sicodélica, bastante difícil de tolerar.
Algunos pasajes son narrados en off por Johnny Depp con un tono paródico del clásico cine negro y una banda sonora de rock al estilo de Janis Joplin y The Rolling Stones.