Cruda, real y sin artificio, hasta tal punto que visualmente se encierra en si misma. La película busca la narrativa interior, el sentimiento visceral, pero racional, la reacción tras la acción mesurada. Vemos que Franco juega con el plano corto, cámara al hombro y resalta la fijación por intentar reflejar las acciones con las miradas, los gestos minimalistas y el impacto visual. Todo acompaña muchas veces a lo que sentimos, vemos como la fotografía, la banda sonora (o su ausencia), la monotonía dramática siempre están acordes a lo que lucha en nuestro interior. Los colores fríos, metálicos, asépticos allanan la sensación reinante en el interior de su protagonista. Marian Álvarez ha nacido para doler, sin lloras ni gritos, para doler en la tristeza más absoluta, y en la calma más gélida. Andrés Gertrudix representa la dicotomía de la lucha de sentimientos, sin doler doliendo arrastra al entorno a su vivencia, una representación de la empatía en grado sumo. Si al final no hay una banda sonora que represente mejor estos momentos que el silencio más aterrador.