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Voto de Ludovico:
8

Voto de Ludovico:
8
6.6
319
Drama. Fantástico. Intriga
Junta es una chica que vive sola en un monte en cuya cumbre brilla una luz azul por las noches. Los habitantes del pueblo, temerosos de esa luz, rechazan a Junta y la tachan de bruja. Sólo un visitante no hace caso de los supersticiosos y decide acercarse a la joven; los dos se sienten mutuamente atraídos. (FILMAFFINITY)
31 de enero de 2013
31 de enero de 2013
25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película, en mi opinión, de notable interés aunque escasamente conocida (menos de cien votos en el momento de hacer esta crítica), y, si conocida, condenada de antemano en muchos casos, debido a la filiación ideológica de su directora, Leni Riefensthal, autora de varios documentales de exaltación propagandística del III Reich.
Esta obra es, en todo caso, anterior a su colaboración con los nacional-socialistas, y fruto de una llamativa y un tanto desconcertante asociación con Béla Balázs, destacada figura de la teoría cinematográfica en la Hungría comunista y amigo personal de Gramsci y de Lukács, por ejemplo. (No tengo claro cuál fue realmente el papel de Balázs en la película. Algunas fichas, por ejemplo la de Filmaffinty, lo presentan como codirector, mientras que en otras y en los propios créditos del film aparece simplemente como “colaborador en el guión”.)
El argumento, muy simple, tiene cierta semejanza con un cuento de hadas y, como tantos cuentos populares, presenta evidentes resonancias mitológicas. La protagonista, la heroína, es Junta (interpretada por la propia Riefensthal); personaje manifiestamente marginal, Junta es lo que hoy llamaríamos una outsider, vive en la montaña, fuera de los límites del pueblo, cuyos habitantes la odian e incluso pretenden acabar con su vida. En este sentido la película asume una clara defensa del personalismo (de un individualismo sano, si se quiere) frente al gregarismo homicida de la colectividad masificada. Junta vive en perfecta comunión con la naturaleza, hacia la que manifiesta una actitud que se podría calificar de “mística”: ejemplifica algo así como una abstracta religiosidad cósmica, más o menos próxima a un cierto panteísmo, que la vincula con el antiguo paganismo germánico en el que, ciertamente, también pretendería hundir sus raíces el nazismo. (Por ahí, sin duda, habría que buscar las razones de la admiración que Hitler sentía por la película y que le llevaron a proponer a Riefensthal la realización de sus films de propaganda).
Frente al “naturalismo místico” de Junta, el pueblo, explícitamente asociado con la religión cristiana, exhibe una mentalidad rígida, estrecha y sombría, inclinada a ver fuerzas satánicas en todo aquello que no puede comprender. Para los habitantes del pueblo, incapaces de ver algo más que mineral en la roca o madera en el árbol, la naturaleza sólo puede ser --igual, por cierto, que para la actual mentalidad desarrollista-- “fuente de recursos” generadores de riqueza material. Entre ambos extremos se encuentra el protagonista masculino, Vigo, personaje interesante por su ambigüedad. Vigo es pintor de paisajes, quizá precisamente como actitud sustitutoria, en la medida en que es incapaz de vivirlos, como Junta, de forma real y en profundidad. Habla, muy significativamente, una lengua distinta a la de Junta, lo que hace problemática su comunicación. Tan bienintencionado y bondadoso como intelectualmente miope (sutil ironía que se le ocurra llevar queso como obsequio a un lugar en el que el elemento básico de la alimentación parece ser la leche), pretende redimir al pueblo de su pobreza, pero su acción prometeica --de asombrosa actualidad-- tiene unos resultados espiritualmente catastróficos. Inconsciente de la verdadera naturaleza del templo cósmico en el que Junta vive la sacralidad de su existencia, desencadena el trágico proceso de expoliación y profanación de la montaña, a la que está orgánicamente ligado el destino de Junta.
Los temas simbólicos son diversos y más o menos primarios: la montaña misma en tanto que axis mundi; la luz que brilla en las alturas; la prueba iniciática del ascenso; el laberinto para acceder a su cima que hay que conocer, a riesgo, si no, de un fatal extravío; la cueva, como cripta sagrada en el interior de la montaña-templo; el río que separa los dos mundos; la luz de la luna como reveladora, en la noche de los sentidos, de una realidad superior, etc. Temas, todos ellos, de la mitología universal, presentes en el acervo de todos los pueblos y que Riefensthal teje con sencilla ingenuidad pero también con notable habilidad dramática y, sobre todo, mediante imágenes de una gran fuerza visual.
La historia misma se nos cuenta en un flashback como algo que ocurrió en el pasado. Es cierto que se trata de un pasado más o menos próximo, pero el mero hecho de sacarla del presente refleja ya la voluntad de conferirle una cierta aureola mítica. También merece repararse en el hecho de que la pareja a la que se cuenta la historia son un hombre y una mujer de aspecto enfáticamente “moderno”, que pretenden escalar el pico (llevan cuerdas de escalada) en clara contraposición a la relación orgánica con la montaña que mantenía Junta. Paraíso irremisiblemente perdido, la vinculación mística con la naturaleza ha quedado relegada de manera fatídica al pasado.
Estéticamente, puede percibirse una cierta influencia expresionista en algunos momentos (Lang, Murnau), pero sobre todo hay una fuerte impronta del paisajismo romántico y en particular de Friedrich --su obra había sido redescubierta a principios de siglo, después de décadas de olvido-- en la parte final del film, con algunos encuadres que parecen literalmente sacados de sus cuadros o dibujos.
Ante esta riqueza estética y temática, pretender expropiar a la película de todo valor simplemente por sus fallos de racord --como se puede leer en alguna crítica-- se me antoja algo así como querer ridiculizar la pintura del románico por no obedecer las leyes de la perspectiva.
La película tiene sus limitaciones, sin duda, sobre todo en interpretación y en montaje, pero, aunque puedan ser patentes, me parecen, sin embargo, comparativamente menores. La potencia visual y la belleza deslumbrante de algunas de sus imágenes lo compensan sobradamente y hacen de “La luz azul” un film extraña y singularmente atractivo.
Esta obra es, en todo caso, anterior a su colaboración con los nacional-socialistas, y fruto de una llamativa y un tanto desconcertante asociación con Béla Balázs, destacada figura de la teoría cinematográfica en la Hungría comunista y amigo personal de Gramsci y de Lukács, por ejemplo. (No tengo claro cuál fue realmente el papel de Balázs en la película. Algunas fichas, por ejemplo la de Filmaffinty, lo presentan como codirector, mientras que en otras y en los propios créditos del film aparece simplemente como “colaborador en el guión”.)
El argumento, muy simple, tiene cierta semejanza con un cuento de hadas y, como tantos cuentos populares, presenta evidentes resonancias mitológicas. La protagonista, la heroína, es Junta (interpretada por la propia Riefensthal); personaje manifiestamente marginal, Junta es lo que hoy llamaríamos una outsider, vive en la montaña, fuera de los límites del pueblo, cuyos habitantes la odian e incluso pretenden acabar con su vida. En este sentido la película asume una clara defensa del personalismo (de un individualismo sano, si se quiere) frente al gregarismo homicida de la colectividad masificada. Junta vive en perfecta comunión con la naturaleza, hacia la que manifiesta una actitud que se podría calificar de “mística”: ejemplifica algo así como una abstracta religiosidad cósmica, más o menos próxima a un cierto panteísmo, que la vincula con el antiguo paganismo germánico en el que, ciertamente, también pretendería hundir sus raíces el nazismo. (Por ahí, sin duda, habría que buscar las razones de la admiración que Hitler sentía por la película y que le llevaron a proponer a Riefensthal la realización de sus films de propaganda).
Frente al “naturalismo místico” de Junta, el pueblo, explícitamente asociado con la religión cristiana, exhibe una mentalidad rígida, estrecha y sombría, inclinada a ver fuerzas satánicas en todo aquello que no puede comprender. Para los habitantes del pueblo, incapaces de ver algo más que mineral en la roca o madera en el árbol, la naturaleza sólo puede ser --igual, por cierto, que para la actual mentalidad desarrollista-- “fuente de recursos” generadores de riqueza material. Entre ambos extremos se encuentra el protagonista masculino, Vigo, personaje interesante por su ambigüedad. Vigo es pintor de paisajes, quizá precisamente como actitud sustitutoria, en la medida en que es incapaz de vivirlos, como Junta, de forma real y en profundidad. Habla, muy significativamente, una lengua distinta a la de Junta, lo que hace problemática su comunicación. Tan bienintencionado y bondadoso como intelectualmente miope (sutil ironía que se le ocurra llevar queso como obsequio a un lugar en el que el elemento básico de la alimentación parece ser la leche), pretende redimir al pueblo de su pobreza, pero su acción prometeica --de asombrosa actualidad-- tiene unos resultados espiritualmente catastróficos. Inconsciente de la verdadera naturaleza del templo cósmico en el que Junta vive la sacralidad de su existencia, desencadena el trágico proceso de expoliación y profanación de la montaña, a la que está orgánicamente ligado el destino de Junta.
Los temas simbólicos son diversos y más o menos primarios: la montaña misma en tanto que axis mundi; la luz que brilla en las alturas; la prueba iniciática del ascenso; el laberinto para acceder a su cima que hay que conocer, a riesgo, si no, de un fatal extravío; la cueva, como cripta sagrada en el interior de la montaña-templo; el río que separa los dos mundos; la luz de la luna como reveladora, en la noche de los sentidos, de una realidad superior, etc. Temas, todos ellos, de la mitología universal, presentes en el acervo de todos los pueblos y que Riefensthal teje con sencilla ingenuidad pero también con notable habilidad dramática y, sobre todo, mediante imágenes de una gran fuerza visual.
La historia misma se nos cuenta en un flashback como algo que ocurrió en el pasado. Es cierto que se trata de un pasado más o menos próximo, pero el mero hecho de sacarla del presente refleja ya la voluntad de conferirle una cierta aureola mítica. También merece repararse en el hecho de que la pareja a la que se cuenta la historia son un hombre y una mujer de aspecto enfáticamente “moderno”, que pretenden escalar el pico (llevan cuerdas de escalada) en clara contraposición a la relación orgánica con la montaña que mantenía Junta. Paraíso irremisiblemente perdido, la vinculación mística con la naturaleza ha quedado relegada de manera fatídica al pasado.
Estéticamente, puede percibirse una cierta influencia expresionista en algunos momentos (Lang, Murnau), pero sobre todo hay una fuerte impronta del paisajismo romántico y en particular de Friedrich --su obra había sido redescubierta a principios de siglo, después de décadas de olvido-- en la parte final del film, con algunos encuadres que parecen literalmente sacados de sus cuadros o dibujos.
Ante esta riqueza estética y temática, pretender expropiar a la película de todo valor simplemente por sus fallos de racord --como se puede leer en alguna crítica-- se me antoja algo así como querer ridiculizar la pintura del románico por no obedecer las leyes de la perspectiva.
La película tiene sus limitaciones, sin duda, sobre todo en interpretación y en montaje, pero, aunque puedan ser patentes, me parecen, sin embargo, comparativamente menores. La potencia visual y la belleza deslumbrante de algunas de sus imágenes lo compensan sobradamente y hacen de “La luz azul” un film extraña y singularmente atractivo.