"Hasta siempre, hijo mío" es una drama familiar de casi tres horas de duración que se encarga de repasar un periodo de aproximadamente treinta años en la vida de dos familias que están conectadas por un hecho traumático.

La cinta, que no tiene miedo de arriesgar en ningún punto, construye la narración a partir de ese momento, con saltos temporales y cambios entre unos personajes y otros para retratar la forma de vida, el dolor y la pérdida de todos los miembros que pertenecen a ellas, construyendo un pequeño puzle que iremos pudiendo completar a medida que avance todo el metraje. Mientras va haciendo todo esto, además, aprovecha para enseñarnos en qué coyuntura política se encuentra China y cómo las políticas gubernamentales son capaces de traspasar la puerta de nuestro hogar, quebrando su tranquilidad e impregnándolo todo. Y esto lo hace con un par de escenas que, al menos a mí, se me han hecho particularmente duras. No tanto por lo que enseñan sino por lo que debe suponer vivir bajo ese yugo constantemente.

Es por esto que considero que "Hasta siempre, hijo mío" es una de esas películas retrato, una de esas cintas que bajan la cámara a píe de calle para reflejar lo que se respira, se palpa y se vive en cada lugar. Que se deja de cortapisas y tapujos y nos invita cómo espectadores a asomarnos al drama desde nuestro salón. Que nos invita a reflexionar y a acompañar, si nos atrevemos, a los personajes en su particular viaje vital.

Poco más que decir, creo que "Hasta siempre, hijo mío" es una de esas pelis contemplativas, de ritmo claramente pausado, para ponerse en un momento en que estemos dispuestos y preparados para abordar un cine, denso, de estas características. No es de visionado fácil y puede llegar a hacerse larga. Pero, si superamos este primer impacto, creo que tanto por su contenido cómo por su buen hacer tanto delante cómo detrás de las cámaras, es una peli tremendamente recomendable.