Frente a una de esas películas en que con una grabación doméstica se nos presenta a una muy feliz familia feliz, uno ya se pone en guardia. Y si toda vez que se acaba la grabación siguen los responsables empeñados en mostrar parte de esa mucha felicidad, apaga y vámonos.
SENTENCIA DE MUERTE, de James Wan, trufada de imágenes a cámara lenta de malignos serecillos, coches tuneados, tatuajes y estrellados cielos, viene a contar de uno de los más primitivos y arraigados instintos del hombre en tanto que animal racional... o no.
Aceptables, como padres del adolescente asesinado, la desaparecida Kelly Preston y el querido Kevin Bacon, y regular los demás. Reparto todos de una SENTENCIA DE MUERTE que va directa al grano y que, por qué no, puede suponer un consuelo (una quimera) para los rectos, los niños perdidos y los que recelan sobremanera de la tiranía de los hombres malos.