El periodo es atractivo hasta el extremo: la Inglaterra victoriana. El ámbito, inmejorable: Whitechapel; de los Whitechapel de las lámparas de queroseno y niebla perpetua. Y la hipótesis, admitible: pues a pesar de que ahora se habla de un barbero polaco cuyos fluidos corporales lo ponen en el punto de mira casi un siglo y medio después, nosotros vemos DESDE EL INFIERNO con ojos de la época, y entonces a los asesinatos del distrito no se les encontró un padre único ni unos padres varios.
Pero he aquí que los cielos y parte de la música es del Drácula de Coppola, que Heather Graham está poco idónea, por decirlo con prudencia, y que el elenco de señoritas prostitutas, por su lado, parece o muy mal seleccionado o extremadamente mal conducido.
El resto..., pues bueno: el malo de no sé qué calle, antaño senador romano, malísimo; la aristócrata que parece sierva de pura desgana y los masones, a expensas del Gran Arquitecto, que no andan tampoco demasiado fraternales. Se salvan, eso sí, Depp Manostijeras, en su línea habitual de chocolatero ideal o de pirata con pluma. E Ian Bolson, claro, que tuvo que preguntar por fuerza por esa extraña rotación de cristalinos y que dejó de darle a la mejor hierba de la Cuaderna del Sur para transformarse en un tullido punto menos que acabado: un poco a la manera, vaya, del Spacey del primer óscar.
Mas lo de las voces..., ¡ay!, lo de las voces. Convirtieron en normalita una noche que pudo haber sido memorable.