Veni, vidi, vici.
El debut (compartido por el director Benh Zeitlin y la protagonista Quvenzhané Wallis) fue debidamente recompensando con sendas nominaciones a los Oscars por la mejor película y actriz, respectivamente.

Se trata de una pequeña y humilde pieza de orfebrería viva, con significado.
Observamos una mecánica similar a la que vimos en films como ‘The Road’(2009) donde se hace alusión a esa relación paterno-filial en un paisaje devastado, dónde la naturaleza se muestra tal como es, sin edulcorantes añadidos.

Los habitantes de aquella inhóspita tierra se aferran a ella (a pesar de las condiciones aparantemente infrahumanas en las que conviven) como muestra de una reticencia originalmente colonial hacia el imperialismo y la civilización, o a nuestra idea de ésta.

Entre los escombros y la maleza reside un retazo de esperanza, un cuento de hadas para adultos narrado por una niña de apenas 6 años que se ve obligada a madurar o morir (la estampida metafórica de los animales prehistóricos que finalmente se postran ante ella mostrando su respeto sirve para enfatizar la magia que invade cada fotograma y la acelerada evolución de su personaje: lo fantástico y lo despiadado).