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España España · Málaga
Voto de Kaori:
3
Drama Jefferson Smith (James Stewart), un joven ingenuo e idealista, que parece fácilmente manipulable, es nombrado senador. Ignora que en Washington tendrá que vérselas con políticos y empresarios sin escrúpulos que le harán perder la fe. Sin embargo, gracias a su secretaria, una joven que conoce muy bien los entresijos de la política, protagoniza en el Senado una espectacular y maratoniana intervención en la que, además de defender ... [+]
23 de junio de 2014
20 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Prometo que hubo un momento en «Caballero sin espada» en que quise cortarme las venas. Yo no comprendo, no alcanzo a resolver el misterio que supone que una película de un serio y firme nacionalismo como esta logre los mayores elogios por parte de un público que, con el mismo fervor pero en negativo, machaca otro tipo de cine con cierto patriotismo yanki mucho más ligero y menos pedante. ¿De qué va esto?

El caso es que «Caballero sin espada» nos tortura a lo largo de dos horas con una loa constante a los Estados Unidos de América, su Constitución, sus personajes históricos y su «sagrado» [sic] Senado. Las caras de admiración de James Stewart en su visita a Washington son causas directas de suicidio, deseo enfermizo que alcanza su nivel máximo cuando vemos al niño acompañado del abuelito leyendo frente a la estatua de Lincoln, cual acólito de una secta, y aparece de fondo un anciano negro muy emocionado... Bochornoso. Lavado de cerebro que debería indignarnos, o cuanto menos producirnos sonoras carcajadas, y que el resto del mundo se come con patatas fritas bien untadas de barras y estrellas, que esta vez el patriotismo más aplastante y egocéntrico no molesta a nadie. Qué cosas, oye.

Con todo, este adoctrinamiento podría ser secundario y gracioso si la película se fundamentara en algo más, en otra trama de calado, en una problemática consistente y no ridícula como nos presenta el guión. Imposible creerse esa forma de corromper, sin motivación alguna; esos personajes de trapo con una sola cara, incluido el ignorante de Jefferson Smith, que es tan demócrata y libre, que cuando algo no le gusta ejerce la violencia; las rudas presiones a la prensa, ese cliché de dibujo animado malo en el que los empresarios gordos son los enemigos, sin ninguna fisura, ni reflexión sobre el poder, la ambición o la política. ¿Qué se dice realmente de la sociología de las democracias, de sus errores y beneficios? Eso supondría pensar mucho y tomarse la crítica con sentido común, con peso, con imparcialidad.

La incursión de los niños luchadores por la libertad es, por un lado, vergonzoso al defender la politización y el activismo agresivo en la esfera de lo menores; y, por otro, de risa al comprobar lo manifiestamente patético que queda esa algarabía de chicuelos en plan revolucionario-demócrata. Bueno, y eso de que sean los propios niños explotados quienes paguen (la carta del muchacho que limpia los zapatos es para ponerse a llorar) por el campamento, seguro que de lo más siniestro, que idealiza Jefferson Smith es ya imperdonable.

Ritmo estancado, diálogos sosos, interpretaciones blandas (Claude Rains, para mi el mejor) e historia superficial. Otro clásico injustificado.
Kaori
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