Clásico de entre los clásicos, «Los diez mandamientos» es quizás el mayor referente del Cine bíblico. Yo he de confesar que a mi el Antiguo Testamento siempre me ha parecido terrible, con pasajes de una dudosa moralidad y un Dios vengativo muy alejado del concepto religioso que se revelaría en el Nuevo Testamento. Obsérvese, sin ir más lejos, que inmediatamente después de que el Mar Rojo se trague a un ejército por intervención divina, ese mismo Dios escribirá en las Tablas de la Ley el «no matarás». Esto requeriría de un largo debate teológico, ¿no os parece?

La película nos cuenta la historia de Moisés, hebreo, príncipe, esclavo y patriarca de su pueblo, elegido por Dios para transmitirnos la Ley. Como película reflexiva y explicativa del fondo de las cuestiones religiosas, o tan siquiera como emotivo vehículo de culto cristiano, «Los diez mandamientos» no llega muy hondo ni muy profundo, lo que no impide que termine siendo una inmensa oda al poder de Dios. El espectáculo está garantizado a través de las intrigas palaciegas egipcias, los efectos especiales (la apertura del Mar Rojo nos sigue impactando), amoríos apasionados y diálogos de una prosa literaria envidiable.

Añádase a todo esto unos intérpretes como Charlton Heston, Anne Baxter o Yul Brynner, éste último desplegando un magnético sex appeal en todas y cada una de sus escenas, con un lenguaje corporal digno de estudio. Digo yo que casarse con un hombre como el fuerte, sensual y elegante Ramsés no es para que la bella y gatuna Nefertari se amargue tanto, si bien el amor es el amor, y Moisés es mucho Moisés. Además, creo que los personajes no cristianos, como los reyes egipcios, tienen un calado psicológico mucho más interesante que los cristianos, lo que hace que las tramas que tengan que ver con ellos se hagan más amenas; por ejemplo, la parte de las siete plagas.

Una película de visionado obligatorio, aunque sea una vez en tu vida.