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Voto de Marty Maher:
8

Voto de Marty Maher:
8
7.0
23,112
Romance. Drama
Nueva York, años 50. Therese Belivet (Rooney Mara), una joven dependienta de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor, conoce un día a Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas surge una atracción inmediata, cada vez más intensa y profunda, que cambiará sus vidas para siempre. (FILMAFFINITY)
1 de febrero de 2016
1 de febrero de 2016
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La he visto seis veces. Esta vez estoy intentando diferenciar lo que los personajes dicen de lo que sienten en realidad”, comenta un joven a sus amigos mientras ven El crepúsculo de los dioses en el primer cuarto de hora de Carol. La labor que lleva a cabo Todd Haynes en esta película es similar al minucioso análisis del chico, aunque habríamos de aplicárselo, además de a las palabras, a unas miradas y silencios cuya importancia es tan trascendental como la de aquello que se explicita. Es cierto que los matices y detalles venían implícitos en la naturaleza de la novela de Highsmith, pero eso no le quita mérito alguno a los excelentes trabajos de Todd Haynes en la dirección y de Phyllis Nagy en la escritura del guion adaptado.
Carol es una historia de amor secreto (o imposible) entre dos mujeres muy diferentes. Therese Belivet (Rooney Mara) es una joven dependienta de una tienda en Manhattan, atrapada en una relación con un hombre al que no desea. Su sueño es vivir una vida mejor, en la que pueda desarrollar su carrera como fotógrafa, su verdadera afición. Carol Aird (Cate Blanchett) es una mujer elegante y sofisticada, madre de una hija y en pleno proceso de separación matrimonial. Cuando un día se cruzan sus caminos, surge una conexión inmediata entre ambas, y comienzan una relación -en principio- de amistad, aunque cada gesto y cada mirada escondan mucho más. Y sí, la historia es de una relación homosexual, pero lo cierto es que es extrapolable a cualquier vínculo amoroso mal visto a ojos de la sociedad; en este caso, la ciudad de Nueva York a principios de los años 50. Lamentablemente, la verosimilitud de la historia seguiría prácticamente intacta en caso de desarrollarse ahora mismo, en pleno siglo XXI, pues son una minoría de países los que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Tendría que remontarme muchos años atrás para encontrar alguna película tan cercana a la perfección como Carol, que sin duda es la obra maestra que todos esperábamos de Todd Haynes, un autor con una sensibilidad cinematográfica de la que hoy en día nadie más puede presumir. El primer logro es su enorme capacidad de síntesis, la maestría narrativa presente en la obra desde la escena inicial -en apariencia arbitraria pero escogida minuciosamente y con acierto- hasta que aparecen los créditos finales. Pero ese es sólo uno de los muchos logros de esta película, el cual se manifiesta gracias a un montaje que transmite una sensación de continuidad -bastante lógica, teniendo en cuenta los escasos cinco meses en los que transcurre la historia- que aporta fluidez a la narración, a pesar de que la línea narrativa que sigue la película sea constituida a partir de un poderoso flashback en el que las imágenes hablan por sí mismas.
Hablar de las virtudes técnicas de Carol sería minusvalorar su inmensa valía cinematográfica, pues, más allá de su perfección formal, de las cotas de grandeza alcanzadas en todos los aspectos, es una película en la cual la suma de las partes consigue transmitir una amalgama de sensaciones como pocas cintas lo han hecho a lo largo de los tiempos. Es cierto que la banda sonora de Carter Burwell es de otro mundo, pero también lo es que jamás aparece si no debe hacerlo, haciendo de su uso una muestra de delicadeza y precisión. El trabajo fotográfico de Ed Lachman -colaborador habitual de Haynes desde Lejos del cielo– es digno de aplauso, pese a alejarse de la pulcritud de la era digital, de la sobreiluminación artificial, en pos de trasladarnos a los mismísimos años 50, como si estuviésemos viendo un film rodado en la misma década. En Carol se respira un aire añejo inestimable, heredero directo del cine clásico. Pero más allá de todos los aspectos a destacar en la película, se encuentra la mano encargada de coordinarlos y permitir que coexistan en perfecta armonía, que no es otra que la de Todd Haynes. La puesta en escena es soberbia, la planificación de cada escena y cada toma está estudiada al detalle, y la cámara capta a la perfección los rostros de las actrices, realizando los movimientos debidos cuando la acción lo requiere; pero siempre con elegancia, sin desprenderse de la esencia de la propia película. También es justo destacar el poder simbólico de las imágenes, algo que no debería sorprendernos teniendo en cuenta el detallismo característico de Haynes, que además aquí adapta una obra literaria igual de cuidada en ese aspecto. Así, el plano de apertura de las rejas del alcantarillado no está ahí por casualidad, como tampoco es casual esa obsesión por situar a la pareja protagonista prácticamente fuera del encuadre si es viable, o filmarlas a través de espejos, ventanas y puertas.
Sigue en el spoiler sin ser spoiler:
Carol es una historia de amor secreto (o imposible) entre dos mujeres muy diferentes. Therese Belivet (Rooney Mara) es una joven dependienta de una tienda en Manhattan, atrapada en una relación con un hombre al que no desea. Su sueño es vivir una vida mejor, en la que pueda desarrollar su carrera como fotógrafa, su verdadera afición. Carol Aird (Cate Blanchett) es una mujer elegante y sofisticada, madre de una hija y en pleno proceso de separación matrimonial. Cuando un día se cruzan sus caminos, surge una conexión inmediata entre ambas, y comienzan una relación -en principio- de amistad, aunque cada gesto y cada mirada escondan mucho más. Y sí, la historia es de una relación homosexual, pero lo cierto es que es extrapolable a cualquier vínculo amoroso mal visto a ojos de la sociedad; en este caso, la ciudad de Nueva York a principios de los años 50. Lamentablemente, la verosimilitud de la historia seguiría prácticamente intacta en caso de desarrollarse ahora mismo, en pleno siglo XXI, pues son una minoría de países los que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Tendría que remontarme muchos años atrás para encontrar alguna película tan cercana a la perfección como Carol, que sin duda es la obra maestra que todos esperábamos de Todd Haynes, un autor con una sensibilidad cinematográfica de la que hoy en día nadie más puede presumir. El primer logro es su enorme capacidad de síntesis, la maestría narrativa presente en la obra desde la escena inicial -en apariencia arbitraria pero escogida minuciosamente y con acierto- hasta que aparecen los créditos finales. Pero ese es sólo uno de los muchos logros de esta película, el cual se manifiesta gracias a un montaje que transmite una sensación de continuidad -bastante lógica, teniendo en cuenta los escasos cinco meses en los que transcurre la historia- que aporta fluidez a la narración, a pesar de que la línea narrativa que sigue la película sea constituida a partir de un poderoso flashback en el que las imágenes hablan por sí mismas.
Hablar de las virtudes técnicas de Carol sería minusvalorar su inmensa valía cinematográfica, pues, más allá de su perfección formal, de las cotas de grandeza alcanzadas en todos los aspectos, es una película en la cual la suma de las partes consigue transmitir una amalgama de sensaciones como pocas cintas lo han hecho a lo largo de los tiempos. Es cierto que la banda sonora de Carter Burwell es de otro mundo, pero también lo es que jamás aparece si no debe hacerlo, haciendo de su uso una muestra de delicadeza y precisión. El trabajo fotográfico de Ed Lachman -colaborador habitual de Haynes desde Lejos del cielo– es digno de aplauso, pese a alejarse de la pulcritud de la era digital, de la sobreiluminación artificial, en pos de trasladarnos a los mismísimos años 50, como si estuviésemos viendo un film rodado en la misma década. En Carol se respira un aire añejo inestimable, heredero directo del cine clásico. Pero más allá de todos los aspectos a destacar en la película, se encuentra la mano encargada de coordinarlos y permitir que coexistan en perfecta armonía, que no es otra que la de Todd Haynes. La puesta en escena es soberbia, la planificación de cada escena y cada toma está estudiada al detalle, y la cámara capta a la perfección los rostros de las actrices, realizando los movimientos debidos cuando la acción lo requiere; pero siempre con elegancia, sin desprenderse de la esencia de la propia película. También es justo destacar el poder simbólico de las imágenes, algo que no debería sorprendernos teniendo en cuenta el detallismo característico de Haynes, que además aquí adapta una obra literaria igual de cuidada en ese aspecto. Así, el plano de apertura de las rejas del alcantarillado no está ahí por casualidad, como tampoco es casual esa obsesión por situar a la pareja protagonista prácticamente fuera del encuadre si es viable, o filmarlas a través de espejos, ventanas y puertas.
Sigue en el spoiler sin ser spoiler:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mención aparte merecen Cate Blanchett y Rooney Mara, de las que he preferido no hablar hasta este párrafo. Antes de nada, me gustaría desmentir cierto detalle que leí en algunas crónicas de Cannes y que no es ni mucho menos cierto. Algún que otro cronista destacó que la principal variación respecto a la novela, The Price of Salt, era que en la película el punto de vista predominante era el de Carol. Pues bien, para nada es así: es cierto que se equilibra un poco el punto de vista, pero de existir una única protagonista, ésa sería Therese. Y es aquí donde entra en juego la más que incomprensible nominación de Rooney Mara como mejor actriz de reparto en los Óscar. Pero bueno, vayamos a lo que nos interesa: las impresionantes interpretaciones de ambas, amén de una química entre ellas que hace de cada plano, de cada mirada, una verdadera obra de arte. Sobre Cate Blanchett poco hay que decir, pues estamos acostumbrados a su elegancia y su capacidad para ponerse en la piel de cualquier personaje, dejándonos en Carol una de sus mejores interpretaciones hasta la fecha. Sin embargo, quien verdaderamente sorprende es una Rooney Mara capaz de expresarlo todo con una simple y tímida mirada, además de llevar a sus espaldas prácticamente la totalidad del peso dramático de la cinta. No sólo es la mejor interpretación de su aún corta carrera, sino la confirmación de que nos encontramos ante una de las actrices con más proyección del panorama internacional. No creo excesivo considerar su trabajo en Carol como el más destacado de todo el 2015, incluyendo interpretaciones masculinas. Sin palabras.
Carol es una obra cuyas imágenes sumergen al espectador en un verdadero viaje al centro de las emociones. Una obra incomensurable que narra una historia de amor universal con suma delicadeza, con un mimo y una sensibilidad a la altura de muy pocos cineastas. Y algo bastante menos importante, pero que no hace más que darle más valor a esta obra maestra, es que como adaptación es realmente maravillosa. La esencia de la obra de Highsmith se mantiene intacta, incluso enriquecida por la envolvente maestría narrativa de Haynes. La mejor producción de 2015, y, muy probablemente, el mejor estreno de este año que no ha hecho màs que empezar.
Carol es una obra cuyas imágenes sumergen al espectador en un verdadero viaje al centro de las emociones. Una obra incomensurable que narra una historia de amor universal con suma delicadeza, con un mimo y una sensibilidad a la altura de muy pocos cineastas. Y algo bastante menos importante, pero que no hace más que darle más valor a esta obra maestra, es que como adaptación es realmente maravillosa. La esencia de la obra de Highsmith se mantiene intacta, incluso enriquecida por la envolvente maestría narrativa de Haynes. La mejor producción de 2015, y, muy probablemente, el mejor estreno de este año que no ha hecho màs que empezar.