Media votos
4.2
Votos
2,774
Críticas
2,773
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ferdydurke:
4
6.4
39,968
Comedia
En una cena entre cuatro parejas, que se conocen de toda la vida, se propone un juego que pondrá sobre la mesa sus peores secretos: leer en voz alta los mensajes, y atender públicamente las llamadas, que reciban en sus móviles durante la cena. Remake del exitoso film italiano "Perfetti sconosciuti" (2016), de Paolo Genovese.
14 de diciembre de 2017
13 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gracia que tiene el diablo reside en su continua mutación, nunca para quieto y cambia constantemente de forma o faz. Por eso sobrevive y siempre está presente.
Ahora es el móvil. El invento más perverso y destructivo que ha creado el mal desde el final de la segunda guerra mundial.
Es tan perfecto en su dolor y mezquindad que se ha hecho imprescindible, anodino e inadvertido.
Es como un virus. Mucho peor que cualquiera de los anteriores o actuales, los supera por goleada, ya que este triunfa en todas partes prácticamente, miles de millones se han intoxicado, están contaminados y no paran de contagiarse unos a otros.
El número de muertos (¿espirituales?) es tan grande que no hay ni cifras al respecto, son incontables, las matemáticas ya no sirven, necesitaríamos fórmulas abstractas, aforismos, maldiciones, exabruptos u onomatopeyas.
Y no solo es todo lo que ha matado, a ese horror inefable hay que sumarle todo lo que ha deformado, pervertido y torcido, todo ese destrozo abismal y pringoso que ha producido en su irradiación expansiva y agonística.
Por supuesto, no hay marcha atrás. De esta ya no nos podremos recuperar jamás. La enfermedad es universal, mortal de necesidad. No hay remedio ni antivirus conocido. Va a ir a más.
Tendríamos que buscar a algún humano todavía no dañado, limpio, inmaculado, un mesías. Pero son casi imposibles de encontrar. Y los pocos que quedan, están desapareciendo, debido a su larga edad o a la presión social. El contaminado no soporta la visión o cercanía de un sano, y por ello utiliza todos los medios a su alcance para que se contagien también. De ahí que sea una plaga imposible de curar y erradicar.
Y no solo es el terrible daño moral o la destrucción colosal de cuerpos y almas, hay que señalar además el grado de imbecilidad que ha propagado. Si somos como especie, por naturaleza, muy susceptibles de contraer la idiotez supina en cualquier momento, este artilugio demoníaco la ha convertido en una idolatría feroz, insuperable e indestructible, la memez como un Dios al que adorar y alimentar cada día, ofreciéndole infinitas muestras de nuestro amor y rendición, de nuestro sacrificio, renuncia y perdición.
No hace falta decir que es el signo definitivo del apocalipsis. El anuncio del fin de los tiempos. Esta vez lo merecemos, por fin lo conseguiremos. Desapareceremos.
Por todo ello, esta película es una profecía, una señal de muerte. Detrás de su liviana y boba apariencia de comedia burda y rala, hay un aviso para navegantes, un presagio del fin.
Y ese es su único valor, como advertencia o augurio.
Ya que como película deja mucho que desear. Costumbrismo tópico, aire rancio, humor grueso, interpretaciones forzadas y quizás solo se pueda salvar algún destello de buen actor, la dirección eficaz o hasta algún hallazgo minúsculamente hermoso por parte de Álex nuestro amado director.
Homosexualidad, sexo deseado, reprimido, realizado, sexo, sexo y sexo. El resto, muerto.
Ahora es el móvil. El invento más perverso y destructivo que ha creado el mal desde el final de la segunda guerra mundial.
Es tan perfecto en su dolor y mezquindad que se ha hecho imprescindible, anodino e inadvertido.
Es como un virus. Mucho peor que cualquiera de los anteriores o actuales, los supera por goleada, ya que este triunfa en todas partes prácticamente, miles de millones se han intoxicado, están contaminados y no paran de contagiarse unos a otros.
El número de muertos (¿espirituales?) es tan grande que no hay ni cifras al respecto, son incontables, las matemáticas ya no sirven, necesitaríamos fórmulas abstractas, aforismos, maldiciones, exabruptos u onomatopeyas.
Y no solo es todo lo que ha matado, a ese horror inefable hay que sumarle todo lo que ha deformado, pervertido y torcido, todo ese destrozo abismal y pringoso que ha producido en su irradiación expansiva y agonística.
Por supuesto, no hay marcha atrás. De esta ya no nos podremos recuperar jamás. La enfermedad es universal, mortal de necesidad. No hay remedio ni antivirus conocido. Va a ir a más.
Tendríamos que buscar a algún humano todavía no dañado, limpio, inmaculado, un mesías. Pero son casi imposibles de encontrar. Y los pocos que quedan, están desapareciendo, debido a su larga edad o a la presión social. El contaminado no soporta la visión o cercanía de un sano, y por ello utiliza todos los medios a su alcance para que se contagien también. De ahí que sea una plaga imposible de curar y erradicar.
Y no solo es el terrible daño moral o la destrucción colosal de cuerpos y almas, hay que señalar además el grado de imbecilidad que ha propagado. Si somos como especie, por naturaleza, muy susceptibles de contraer la idiotez supina en cualquier momento, este artilugio demoníaco la ha convertido en una idolatría feroz, insuperable e indestructible, la memez como un Dios al que adorar y alimentar cada día, ofreciéndole infinitas muestras de nuestro amor y rendición, de nuestro sacrificio, renuncia y perdición.
No hace falta decir que es el signo definitivo del apocalipsis. El anuncio del fin de los tiempos. Esta vez lo merecemos, por fin lo conseguiremos. Desapareceremos.
Por todo ello, esta película es una profecía, una señal de muerte. Detrás de su liviana y boba apariencia de comedia burda y rala, hay un aviso para navegantes, un presagio del fin.
Y ese es su único valor, como advertencia o augurio.
Ya que como película deja mucho que desear. Costumbrismo tópico, aire rancio, humor grueso, interpretaciones forzadas y quizás solo se pueda salvar algún destello de buen actor, la dirección eficaz o hasta algún hallazgo minúsculamente hermoso por parte de Álex nuestro amado director.
Homosexualidad, sexo deseado, reprimido, realizado, sexo, sexo y sexo. El resto, muerto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Nieto: Es gay. Terrible descubrimiento. Qué frenesí.
Rueda: Es mala como un demonio, traicionera y pone cuernos. Qué sorpresa.
Acosta: Tonta, borracha y gritona. Vale. No me lo creo.
Noriega: Follador compulsivo y mentiroso impulsivo. Bien. Correcto.
Fernández: Feo y cornudo. Además de bueno y tripudo. No nos quejemos.
Y Fernández: La más buenorra, cargante y boba. Ya. ¿Me despierto?
Alterio: Miserable, salido y lastimero. Lo de siempre. Sin pega.
Quizás Alterio y Fernandez, un poco menos Noriega y Nieto, no tanto Acosta, Rueda y la otra.
Superficial, banal, obvia, simple, corta y roma. Y aun así, no importa.
Ni aquellas lechugas ("La invasión de los ladrones de cuerpos") que sustituían a los humanos tuvieron tanto éxito. Hemos pasado de las hortalizas a los minerales.
Y encima nos cobran por ello. ¿Os imagináis la situación, a gente pagando para contraer una enfermedad mortal que mientras te va matando, te vuelve más tonto y no te deja ni respirar, te exige toda la atención, te quita toda la libertad, te obliga a estar siempre en sociedad, te señala dónde estás, te delata, ata, atrapa, busca... ? Imposible, ¿no? Pues eso. Peor que un gremlin o un político nuestro.
Acrecienta la mentira, fomenta el engaño, multiplica la cháchara vacua, incita al delito, corrompe el deseo, no para de hacer ruido, y, supongo, lo más importante, que se dice, se comenta que está compuesto de algún mineral "asesino", que su obtención implica la muerte de inocentes y el saqueo de pueblos....
Nota: Los que me conocen (todo el orbe) ya saben que si algo me caracteriza y por lo que más destaco es por mi legendaria brevedad y mi espartana concisión, esa forma elusiva de escribir en la que abundan más los espacios en blanco que las propias letras tan negras, esa impronta persuasiva como de anuncio publicitario para que todo aquel, despistado o inocente, que se acerque a mi bello texto no tenga que leer demasiado (para qué) que esto es muy cansado y no sirve para nada (salvo para apreciar la inteligencia o sabiduría de algún clásico señalado o filósofo señero si se terciara o terciase).
Pero en esta ocasión debo traicionar mi esencia inveterada, mi espíritu sintético no tan soviético, para añadir algo fundamental, sin lo que no podría dormir tranquilo, digo:
Esta obra es satánica a todas luces y de toda condición, sin duda, por su tratamiento jocoso del mal, por su celebración o bacanal de Belcebú o Lucifer, por su trivialización de algo tan morrocotudo y abismal, en fin, que no hace falta dar más detalles, cuartos al pregonero, si la/lo has visto tú mismo.
Pero de la Iglesia, como yo, a pesar de todo, de ser un discípulo aventajado del diablo, guarda todavía algo de pureza y bondad en su negro corazón de melón. De ahí esa, como esta, coda o epílogo crucial. Me refiero al hecho impepinable de que Rueda lance el artilugio diabólico a freír espárragos y que eso provoque un viaje en el tiempo o regresión feliz y la posibilidad, con ello, de volver a empezar desde cero, mucho mejor, para hacer las cosas bien esta vez, o para no empeorarlas por lo menos, que ya estaban muy mal y aquello había sido la jodida puntilla o puntita.
El mensaje es evidente: si quieres que la raza humana tenga todavía alguna oportunidad o posibilidad por pequeña que sea de salvación o esperanza, el único modo de intentarlo consiste en destruir el aparato instrumento pavoroso que todos tenemos entre las manos, esa es la solución, el único remedio, la definitiva y sencilla condición. Lo más fácil del mundo. E imposible completamente. Ya que conocemos el percal, sabemos con quién nos jugamos los duros o euros, cómo son nuestros queridos congéneres y tenemos claro que no hay manera, que han abrazado la destrucción y están ya definitivamente fanatizados e idiotizados, directos, lanzados al abismo como zombis atorados, cegados, hipnotizados, arrasados por la luz de sus pequeñas pantallas como si fuesen tristes polillas. Morirán con él, con el mal, con el móvil, juntos hasta la muerte.
Rueda: Es mala como un demonio, traicionera y pone cuernos. Qué sorpresa.
Acosta: Tonta, borracha y gritona. Vale. No me lo creo.
Noriega: Follador compulsivo y mentiroso impulsivo. Bien. Correcto.
Fernández: Feo y cornudo. Además de bueno y tripudo. No nos quejemos.
Y Fernández: La más buenorra, cargante y boba. Ya. ¿Me despierto?
Alterio: Miserable, salido y lastimero. Lo de siempre. Sin pega.
Quizás Alterio y Fernandez, un poco menos Noriega y Nieto, no tanto Acosta, Rueda y la otra.
Superficial, banal, obvia, simple, corta y roma. Y aun así, no importa.
Ni aquellas lechugas ("La invasión de los ladrones de cuerpos") que sustituían a los humanos tuvieron tanto éxito. Hemos pasado de las hortalizas a los minerales.
Y encima nos cobran por ello. ¿Os imagináis la situación, a gente pagando para contraer una enfermedad mortal que mientras te va matando, te vuelve más tonto y no te deja ni respirar, te exige toda la atención, te quita toda la libertad, te obliga a estar siempre en sociedad, te señala dónde estás, te delata, ata, atrapa, busca... ? Imposible, ¿no? Pues eso. Peor que un gremlin o un político nuestro.
Acrecienta la mentira, fomenta el engaño, multiplica la cháchara vacua, incita al delito, corrompe el deseo, no para de hacer ruido, y, supongo, lo más importante, que se dice, se comenta que está compuesto de algún mineral "asesino", que su obtención implica la muerte de inocentes y el saqueo de pueblos....
Nota: Los que me conocen (todo el orbe) ya saben que si algo me caracteriza y por lo que más destaco es por mi legendaria brevedad y mi espartana concisión, esa forma elusiva de escribir en la que abundan más los espacios en blanco que las propias letras tan negras, esa impronta persuasiva como de anuncio publicitario para que todo aquel, despistado o inocente, que se acerque a mi bello texto no tenga que leer demasiado (para qué) que esto es muy cansado y no sirve para nada (salvo para apreciar la inteligencia o sabiduría de algún clásico señalado o filósofo señero si se terciara o terciase).
Pero en esta ocasión debo traicionar mi esencia inveterada, mi espíritu sintético no tan soviético, para añadir algo fundamental, sin lo que no podría dormir tranquilo, digo:
Esta obra es satánica a todas luces y de toda condición, sin duda, por su tratamiento jocoso del mal, por su celebración o bacanal de Belcebú o Lucifer, por su trivialización de algo tan morrocotudo y abismal, en fin, que no hace falta dar más detalles, cuartos al pregonero, si la/lo has visto tú mismo.
Pero de la Iglesia, como yo, a pesar de todo, de ser un discípulo aventajado del diablo, guarda todavía algo de pureza y bondad en su negro corazón de melón. De ahí esa, como esta, coda o epílogo crucial. Me refiero al hecho impepinable de que Rueda lance el artilugio diabólico a freír espárragos y que eso provoque un viaje en el tiempo o regresión feliz y la posibilidad, con ello, de volver a empezar desde cero, mucho mejor, para hacer las cosas bien esta vez, o para no empeorarlas por lo menos, que ya estaban muy mal y aquello había sido la jodida puntilla o puntita.
El mensaje es evidente: si quieres que la raza humana tenga todavía alguna oportunidad o posibilidad por pequeña que sea de salvación o esperanza, el único modo de intentarlo consiste en destruir el aparato instrumento pavoroso que todos tenemos entre las manos, esa es la solución, el único remedio, la definitiva y sencilla condición. Lo más fácil del mundo. E imposible completamente. Ya que conocemos el percal, sabemos con quién nos jugamos los duros o euros, cómo son nuestros queridos congéneres y tenemos claro que no hay manera, que han abrazado la destrucción y están ya definitivamente fanatizados e idiotizados, directos, lanzados al abismo como zombis atorados, cegados, hipnotizados, arrasados por la luz de sus pequeñas pantallas como si fuesen tristes polillas. Morirán con él, con el mal, con el móvil, juntos hasta la muerte.