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Voto de Ferdydurke:
3
6.0
913
Drama
El delincuente juvenil Brad Whitewood, Jr. (Sean Penn) tiene cierta experiencia en delitos menores, pero quiere dinero, el suficiente como para cambiar su aburrida vida y salir de su pequeño pueblo en Pennsylvania en busca de su “viejo” (Christopher Walken). Brad quiere ser como su padre, un experto ladrón conocedor del negocio. El padre de Brad, seductor y siniestro, consigue que su vida delictiva resulte atractiva de una manera ... [+]
7 de enero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un negocio familiar. La banda de los nenes. Tractores. Pura sangre.
Empieza bien, con voluntad de estilo, mucha noche, silencios ominosos, cierta poesía bruta y una banda sonora que acompaña sutilmente, muy ochentera y gustosamente, de un tal Patrick Leonard que ayudó en su lejano día a una tal Madonna que aquí canta una canción para esta insigne ocasión y que en ese momento estaba liada con un tal Penn que aquí sale con su hermano que a su vez....
Hay un amor juvenil y virginal que nos roba el corazón con la preciosa y delicada Mary Stuart Masterson y también una relación compleja con un padre delincuente más una madre abandonada que se gana la vida malamente y por la que pasan hombres cambiantes y una abuela protectora algo cansada y un tanto devastada. Y unos amigos desgraciados, una banda de hampones entre muy tontos y algo profesionales y mucha familia confusa y desparramada. La vida de Penn, hinchado como un pollo (mucha droga mala seguramente), se divide entre las dos casas o mundos, el materno y el paterno, el pasivo y resignado y el más ambicioso y sanguinario. Dos modelos de fracaso absoluto, rotundo, sin paliativos.
Pero pasan los minutos y la situación se estanca y se hace morosa, un tanto repetitiva e inane, hasta que sucede algo que lo estropea todo, un acontecimiento absurdo que tuerce las cosas hacia el lado malo o débil, hacia la inverosimilitud, exageración y/o disparate.
Me refiero a...
Empieza bien, con voluntad de estilo, mucha noche, silencios ominosos, cierta poesía bruta y una banda sonora que acompaña sutilmente, muy ochentera y gustosamente, de un tal Patrick Leonard que ayudó en su lejano día a una tal Madonna que aquí canta una canción para esta insigne ocasión y que en ese momento estaba liada con un tal Penn que aquí sale con su hermano que a su vez....
Hay un amor juvenil y virginal que nos roba el corazón con la preciosa y delicada Mary Stuart Masterson y también una relación compleja con un padre delincuente más una madre abandonada que se gana la vida malamente y por la que pasan hombres cambiantes y una abuela protectora algo cansada y un tanto devastada. Y unos amigos desgraciados, una banda de hampones entre muy tontos y algo profesionales y mucha familia confusa y desparramada. La vida de Penn, hinchado como un pollo (mucha droga mala seguramente), se divide entre las dos casas o mundos, el materno y el paterno, el pasivo y resignado y el más ambicioso y sanguinario. Dos modelos de fracaso absoluto, rotundo, sin paliativos.
Pero pasan los minutos y la situación se estanca y se hace morosa, un tanto repetitiva e inane, hasta que sucede algo que lo estropea todo, un acontecimiento absurdo que tuerce las cosas hacia el lado malo o débil, hacia la inverosimilitud, exageración y/o disparate.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
... esa violación sin ningún sentido que precipita hacia el abismo la postrera y grotesca tragedia, todo el rosario de la aurora, las delaciones, los asesinatos a sangre fría, tanta escabechina, el intento de huida, los tiros descerrajados a quemarropa, el enfrentamiento final tras resurrección inopinada del chaval inflado, el juicio final, la cárcel futura llena y plena, todo ese aquelarre lamentable.
Podría haberse mantenido como una tensa y compleja historia en la que todo es turbio, vidrioso y fronterizo, está roto, de dolor y desesperación lleno, nada claro ni moralmente distinto, pero penosamente optan por cargar las tintas y convertir al padre en un monstruo desaforado y al chaval en una simple víctima; ese salto dramático es brusco y muy poco convincente, forzado, sin criterio ni orden ninguno. Pasamos de lo ambiguo a lo clamoroso, de lo claroscuro al grito feroz, de lo matizado a lo botarate, de lo fino a lo estrepitoso, de una guitarra eléctrica sonando en la madrugada con su dulce son a un martillazo en toda la jeta.
Otra oportunidad perdida para el buen cine.
Cine negro rural familiar coyuntural y con cierto aire marginal o independiente. Esa música triste, sugerente, esa fotografía fría, metálica, del bilbaíno Juan Ruiz Anchía haciendo las américas.
Es una película que tiene algo de trilladamente convencional, su final falta de riesgo, su cobardía última, y que el otro pie lo posa en lo marcadamente autoral, entre Phil Joanou y Paul Schrader, de lo más comercial a lo pretendidamente intelectual, recuerda a Figgis, Ferrara, incluso al olvidado Alan Rudolph o a la Melodía de seducción de Harold Becker.
Los actores están bien, aunque verles tanto tiempo atrás te permite comprobar que, lógicamente, cada uno tiene su propio y privado y limitado repertorio de gestos o expresiones que le hace único y que repite constante, sistemáticamente a lo largo de su carrera.
Podría haberse mantenido como una tensa y compleja historia en la que todo es turbio, vidrioso y fronterizo, está roto, de dolor y desesperación lleno, nada claro ni moralmente distinto, pero penosamente optan por cargar las tintas y convertir al padre en un monstruo desaforado y al chaval en una simple víctima; ese salto dramático es brusco y muy poco convincente, forzado, sin criterio ni orden ninguno. Pasamos de lo ambiguo a lo clamoroso, de lo claroscuro al grito feroz, de lo matizado a lo botarate, de lo fino a lo estrepitoso, de una guitarra eléctrica sonando en la madrugada con su dulce son a un martillazo en toda la jeta.
Otra oportunidad perdida para el buen cine.
Cine negro rural familiar coyuntural y con cierto aire marginal o independiente. Esa música triste, sugerente, esa fotografía fría, metálica, del bilbaíno Juan Ruiz Anchía haciendo las américas.
Es una película que tiene algo de trilladamente convencional, su final falta de riesgo, su cobardía última, y que el otro pie lo posa en lo marcadamente autoral, entre Phil Joanou y Paul Schrader, de lo más comercial a lo pretendidamente intelectual, recuerda a Figgis, Ferrara, incluso al olvidado Alan Rudolph o a la Melodía de seducción de Harold Becker.
Los actores están bien, aunque verles tanto tiempo atrás te permite comprobar que, lógicamente, cada uno tiene su propio y privado y limitado repertorio de gestos o expresiones que le hace único y que repite constante, sistemáticamente a lo largo de su carrera.