Un dislate con algún énfasis, lo justo, tampoco demasiado.
Nació cansada esta comedia patria de medio pelo, de sí misma, obviamente, a sabiendas de que no había ninguna esperanza ni salida, toma el dinero y corre solamente, con la certeza de que iba a ser una reverenda y blanda mierda, previsible, tediosa, solo salvada en alguna cierta medida por el afán y buen oficio de alguno de los comediantes allí reunidos y de cuerpo presentes. Toni Acosta especialmente, la vieja de nombre María Alfonso Rosso que lleva cinco horas con el finado y tal vez Lola Dueñas por las ganas que le pone, aunque algo estrepitosa, más algún otro que ahora no me acuerdo, pero seguro que todos esforzados y buenos, yo les perdono.
Helado que se derrite cuando tratas de hincarle el diente, no tiene peso ni cuerpo, es leve, comprensible, sin gracia ni fuerza, sin estilo, sin talento ni ganas, burocrático, exactamente lo mismo más o menos de siempre.
Y hasta su sustrato ideológico, por llamar de algún modo rimbombante a ese popurrí oficial y sometido, es consabido, repetitivo, lo anunciado/esperado, sin riesgo, bendecido por el santo oficio, muy acobardado, limitado, moros malos que son buenos o santos inocentes a pesar de que lleven en esa bolsa o mochila del infierno cables gordos como gorriones que yo los he visto con todos mis ojos, politicastros ladrones, guardia civil que se encuentra en la tercera fase, madrileños ignorantes, catalanes preocupantes, hombres y mujeres que tanto se quieren, arpías y calzonazos aparentemente, más negros sin padre y tópicos como la Antártida y el Polo Norte a los que, a estos, no les afecta para nada el cambio climático, siguen su curso, son afortunados, intactos eternamente.
Seguramente si no la conocieran como debieran y quisieran saber cómo es España, esta sería la obra más adecuada o indicada para poner remedio a esa ignorancia, no por lo que cuenta o allí sucede, en ese tren del infierno varado en ninguna parte, tierra de nadie, ángel exterminador que ya ni espera, sino más bien por el modo, por lo que demuestra o denota indirectamente, se da por supuesto necesariamente, esa mezcla atorrante de pesadez y apatía, de ruido y furia, de descreía desgracia, de sumisión y queja, de rebaño y refriega, de qué hay de lo mío y si hay que ir se va mejor mañana o amanece que es mucho, demasiado para nosotros, ya insoportable y muy espantoso.
Desidia, rutina, pereza, bajeza, babea, negra, se tambalea, se atasca, se para y atora. Somos así, el retrato es exacto, por eso tiene tan poco interés, porque ya nos conocemos demasiado y estamos hartos de mirarnos al espejo, a ver si de una vez lo rompemos y nos compramos otro que ya, como todo, más tarde lo pagaremos.
El cine español es cultura, divina tautología diurna que mucho nos emociona. Llegan ya los Goya, nuestra gran fiesta, vayan cogiendo sitio, hay que celebrarlo, salvemos unas cuantas focas de paso, ya que estamos el mundo de nuevo lo salvamos y arreglamos, sé uno de los nuestros, hermano.