Déjame ser... Dolores del Río. Resistiré.
Y mira que es simpática la pobre, pero está irremediablemente lastrada por sus buenas intenciones, por una moral increíblemente conservadora y pacata, meliflua y medrosa, miedosa y obvia, por ese afán sermoneador y didáctico tan blando y timorato, tan débilmente político y tristemente religioso, en fin, más un anuncio publicitario que algo parecido al arte, también homilía, no creación.
Algo de Almodóvar, quizás también un poco de "Fresa y chocolate" y mucho de tópico; el gay majete, la trans con dos huevos, la mujer hetero eternamente golpeada, el chavalito muy ofendido por la pertinaz ausencia paterna, una especie de familia feliz con un hospitalizado por una manada de gañanes que ni se sabe el porqué aparecen salvo como pedestre y descarado Macguffin.
Mezcla el drama y la comedia de forma perezosa y consabida y es en lo más puramente narrativo, cuando se olvidan brevemente del cliché más rancio y tratan de ser solo eficazmente funcionales, pese a su mucha modestia, donde gana puntos, en el viaje a Mérida, la otra (todas buenas), o cuando se reúnen los cuatro y cantan algo.
Y menos mal que es Venezuela y no Suecia y te toca su gracia, su acento, que sean guapos.