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Voto de Ferdydurke:
6
7.8
2,257
Drama
"No matarás": En una Varsovia gris, vacía, pobre y triste, Jacek, un joven sin perspectivas ni futuro, asesina brutalmente a un taxista. Quinto de los diez mediometrajes, cuyo nombre genérico es "decálogo", realizados para la televisión por el director Krzysztof Kieslowski y el guionista Krzysztof Piesiewicz. Cada uno de ellos se inspira en uno de los Diez Mandamientos. Este episodio es una versión de la película "No matarás", de 1988, ... [+]
10 de noviembre de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Taxi. Corazón de león.
Las primeras palabras del abogado se confirman después. La tesis es demostrada con hechos. La praxis está justificada. La maquinaria de justicia no tiene ningún sentido, castiga o sentencia sin motivo, para nada, ya que su posible fin, erradicar o prevenir el crimen, nunca se consigue, se mantiene indemne. Lo mismo que pasa con el delito, absurdo, en igual plano de irrealidad casi fantasmagórica y pesadillesca, consecuencia de una serie de catastróficas desdichas o desordenadas desgracias en cadena, aleatorias, que derivan en una colisión o azar negro, calamidad. Igual que la muerte accidental, que obedece a casualidades disparatadas, a actos fallidos, a errores acumulados, a la chapuza como (forma de) vida. La muerte en todas sus formas, la prematura e inesperada, la vil y truculenta y la rigurosa y friamente administrada, es siempre un horror sórdido que no se debe a nada, un mecanismo ciego, una condena o inercia, una ausencia eterna que se perpetra en la piel del reo.
Matar o morir es despreciable/deplorable y nunca está justificado, no debería pasar pero pasa, y no se puede hacer nada para evitarlo, los dados ya están echados, todos son peones kafkianos dentro/atrapados en el mismo ominoso engranaje, solo cumplen órdenes emitidas desde el principio de los tiempos, mucho antes incluso, después también, atávicas, malditas, infinitas, no importa quién ni cuando las dictara o decidiera, es indiferente si verdugo o víctima, máscaras borrosas en un carnaval salvaje.
El leguleyo es demasiado joven, los dos protagonistas lo son, está aprendiendo la lección, ni tiene la culpa ni pudo hacer nada, se da excesiva importancia, se cree protagonista de una tragedia griega cuando no es más que otro figurante/participante difuso en la broma infinita, es solo un tornillo, un anodino instrumento, intercambiable y completamente prescindible.
Estilo reconocible de Krystof, personajes solitarios, panorama/contexto desolado, casi apocalíptico, coincidencias y repeticiones y recurrencias, la realidad como un caos muy ordenado y encontradizo, bello y horripilante, penas, obsesiones, desvíos, observación minuciosa, mínimos detalles que crecen, trascendencia, reflexión posmoderna, la razón en medio del vacío, lo relativo y lo sagrado se dan la mano, ciencia, entropía, nada, Polonia.
Jaime Rosales aprendió/comió mucho aquí.
Las primeras palabras del abogado se confirman después. La tesis es demostrada con hechos. La praxis está justificada. La maquinaria de justicia no tiene ningún sentido, castiga o sentencia sin motivo, para nada, ya que su posible fin, erradicar o prevenir el crimen, nunca se consigue, se mantiene indemne. Lo mismo que pasa con el delito, absurdo, en igual plano de irrealidad casi fantasmagórica y pesadillesca, consecuencia de una serie de catastróficas desdichas o desordenadas desgracias en cadena, aleatorias, que derivan en una colisión o azar negro, calamidad. Igual que la muerte accidental, que obedece a casualidades disparatadas, a actos fallidos, a errores acumulados, a la chapuza como (forma de) vida. La muerte en todas sus formas, la prematura e inesperada, la vil y truculenta y la rigurosa y friamente administrada, es siempre un horror sórdido que no se debe a nada, un mecanismo ciego, una condena o inercia, una ausencia eterna que se perpetra en la piel del reo.
Matar o morir es despreciable/deplorable y nunca está justificado, no debería pasar pero pasa, y no se puede hacer nada para evitarlo, los dados ya están echados, todos son peones kafkianos dentro/atrapados en el mismo ominoso engranaje, solo cumplen órdenes emitidas desde el principio de los tiempos, mucho antes incluso, después también, atávicas, malditas, infinitas, no importa quién ni cuando las dictara o decidiera, es indiferente si verdugo o víctima, máscaras borrosas en un carnaval salvaje.
El leguleyo es demasiado joven, los dos protagonistas lo son, está aprendiendo la lección, ni tiene la culpa ni pudo hacer nada, se da excesiva importancia, se cree protagonista de una tragedia griega cuando no es más que otro figurante/participante difuso en la broma infinita, es solo un tornillo, un anodino instrumento, intercambiable y completamente prescindible.
Estilo reconocible de Krystof, personajes solitarios, panorama/contexto desolado, casi apocalíptico, coincidencias y repeticiones y recurrencias, la realidad como un caos muy ordenado y encontradizo, bello y horripilante, penas, obsesiones, desvíos, observación minuciosa, mínimos detalles que crecen, trascendencia, reflexión posmoderna, la razón en medio del vacío, lo relativo y lo sagrado se dan la mano, ciencia, entropía, nada, Polonia.
Jaime Rosales aprendió/comió mucho aquí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Vorágine en espiral hacia dentro de encuentros fortuitos, sucedidos escabrosos, nexos negros, causas y consecuencias que se comen vivas para explotar en el puro y desnudo acabose.
Tal vez al introducir el elemento de la hermana como motor primero, el pecado original en el edén amoroso fraternal, esa idealización del pasado previo al mordisco de la manzana envenenada (cuando se jodió el invento y todo estalló por los aires), paraíso perdido, el de la infancia, antes del mundo adulto, de todo el posterior espanto, se simplifica la dimensión del abstruso asunto, esa primera ficha que cae y desencadena el resto de acontecimientos, tanta fechoría, pero bueno, Kieslowski es lo suficientemente inteligente como para desordenar y emborronar ese posible y limpio camino recto a través de los actos caprichosos y malvados del taxista que huye/busca/encuentra su fin en Samarra y a través del recorrido dubitativo/vagabundo del asesino en busca de su víctima que se deja llevar sin un objetivo claro, lo único que sí permanece en su sitio siempre a la espera de nuevas presas, de celebrar sacrificios rituales, es la justicia equivalente a los ritos paganos de los nativos americanos antes de llegar el cristianismo, el occidente civilizado, el asesinato oficial como forma de calmar/saciar/entretener a los dioses (a dios, al azar, a la causalidad, al tiempo, al diablo... ) que se divierten torturándonos, como un niño con un juguete o un insecto, con la esperanza de que así nos puteen menos, de que se olviden por lo menos un rato de nosotros, la única que lo tiene realmente claro es esa institución, que para eso está, para dar la sensación de orden y continuidad, de sentido y seguridad, de permanencia y de control, miedo y estabilidad, represión y confort, para vestir el muñeco, para arropar con ficción una vida que de lo contrario ofrecería sin reparos ni disimulos una sola y real cara, la del matadero/pudridero sin compasión ni piedad.
Los hechos tienen nexos, pero estos a su vez se ramifican y abren en todas direcciones en progresión geométrica, por lo que al final ya no se puede saber cuándo algo empieza o termina realmente, nos perdemos y enredamos, nos canibalizamos, cuál es la causa o la consecuencia de cierto hecho suspendido en un quicio o giro del reloj camino, círculo vicioso, el tiempo/espacio, ese abismo, que se muerde la pescadilla de la cola con arrobado onanismo.
Tal vez al introducir el elemento de la hermana como motor primero, el pecado original en el edén amoroso fraternal, esa idealización del pasado previo al mordisco de la manzana envenenada (cuando se jodió el invento y todo estalló por los aires), paraíso perdido, el de la infancia, antes del mundo adulto, de todo el posterior espanto, se simplifica la dimensión del abstruso asunto, esa primera ficha que cae y desencadena el resto de acontecimientos, tanta fechoría, pero bueno, Kieslowski es lo suficientemente inteligente como para desordenar y emborronar ese posible y limpio camino recto a través de los actos caprichosos y malvados del taxista que huye/busca/encuentra su fin en Samarra y a través del recorrido dubitativo/vagabundo del asesino en busca de su víctima que se deja llevar sin un objetivo claro, lo único que sí permanece en su sitio siempre a la espera de nuevas presas, de celebrar sacrificios rituales, es la justicia equivalente a los ritos paganos de los nativos americanos antes de llegar el cristianismo, el occidente civilizado, el asesinato oficial como forma de calmar/saciar/entretener a los dioses (a dios, al azar, a la causalidad, al tiempo, al diablo... ) que se divierten torturándonos, como un niño con un juguete o un insecto, con la esperanza de que así nos puteen menos, de que se olviden por lo menos un rato de nosotros, la única que lo tiene realmente claro es esa institución, que para eso está, para dar la sensación de orden y continuidad, de sentido y seguridad, de permanencia y de control, miedo y estabilidad, represión y confort, para vestir el muñeco, para arropar con ficción una vida que de lo contrario ofrecería sin reparos ni disimulos una sola y real cara, la del matadero/pudridero sin compasión ni piedad.
Los hechos tienen nexos, pero estos a su vez se ramifican y abren en todas direcciones en progresión geométrica, por lo que al final ya no se puede saber cuándo algo empieza o termina realmente, nos perdemos y enredamos, nos canibalizamos, cuál es la causa o la consecuencia de cierto hecho suspendido en un quicio o giro del reloj camino, círculo vicioso, el tiempo/espacio, ese abismo, que se muerde la pescadilla de la cola con arrobado onanismo.