Añadir a mi grupo de amigos/usuarios favoritos
Puedes añadirle por nombre de usuario o por email (si él/ella ha accedido a ser encontrado por correo)
También puedes añadir usuarios favoritos desde su perfil o desde sus críticas
Nombre de grupo
Crear nuevo grupo
Crear nuevo grupo
Modificar información del grupo
Aviso
Aviso
Aviso
Aviso
El siguiente(s) usuario(s):
Group actions
You must be a loged user to know your affinity with Ferdydurke
- Recomendaciones
- Estadísticas
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ferdydurke:
5

Voto de Ferdydurke:
5
7.0
30,084
10 de noviembre de 2015
10 de noviembre de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suele pasar. Es un recurso habitual. La muerte convertida en espectáculo cinematográfico. Es ir sobre seguro. Así te ahorras buscar una historia, tratar de emocionar, el afán de trascender, el drama... Ya lo tienes todo. En eso que pones un cáncer y ya, a dormir la siesta creativa.
Y la opción elegida (casi) siempre es hacia fuera, (casi) nunca hacia dentro. Es decir, se trata de que el hecho de morir invada, contamine como como una radiación nuclear, hasta el último poro de la historia, que nada quede a salvo de esa mancha tan invasiva. Que cada diálogo, mirada o encuentro sea el último y definitivo. Que todo sea una gran despedida, el adiós muchachos cerrado y clamoroso.
Hasta, pongamos, la manera en que apoyas el pie, da igual la causa (picor, resquemor, un callo mal curado, un juanete inopinado), tendrá mensaje, significado, densidad, indicará algo morrocotudo, esencial, alguna opinión sobre el sentido de la vida, el destino de la raza humana o tal vez el guiño amado al conocido, amigo o amante (no importa la variante) tan simpático que seguramente no volverás jamás a ver (es lo que tiene la muerte).
Lo de morirse sin aspavientos, gestos y lágrimas en los ojos no es una posibilidad. Eso, para el otro lado del espejo o para el resto.
Y ahora vayamos con Cesc. Nuestro querido director que, una vez entregada la cuchara y rendido el peaje mortuorio tan convencional y cinéfilo, nos ofrece, todo hay que decirlo, una buena obra de artesanía fina; pulcra, esmerada y cuidada, bien montada y pulida, sin defectos ni aristas; vamos, que da gusto verla y comprarla. Yo me la llevo. Creo que nos la quedamos.
Hay que alabar el cariñoso trabajo, el mimo limpio. Un desempeño honrado.
Y todo aliñado con unos estupendos actores: Darín, como artista valiente, bien, como siempre, sobrado, fácil, presente; Cámara, de generoso contenido, lo mismo, oficio para dar y regalar, precisión indudable, un andar pisando huevos con habilidad, todo el rato; cierra el triángulo la argentina Dolores Fonzi, la mujer, la juventud, la pasión "italiana", la belleza; ese aire fresco y alborotado que rasga suavemente la amistad de esta pareja tan bien llevada y avenida.
Te atrapa la atención, le reconoces sus méritos. Y no es poco.
Ahora bien, ni rastro de emoción, riesgo o un mínimo de originalidad. La sensación de artificio anula cualquier hondura o desgarro; la convención derriba cualquier atisbo de sinceridad compleja o verdad incómoda; la amabilidad de ascensor estalla y te rodea/acorrala amablemente como fórmula preestablecida. En este mundo "Gay" todos son simpáticos, buena gente, inteligentes, comprensivos... Los médicos, estupendos, la ex mujer, encantadora, el hijo, sensible, el perro, hermoso... Un par de apuntes (los "escondidos" y la "xenófoba") ligeramente malévolos no turban apenas este paraíso en el que la muerte, más que un horror tristemente cotidiano e implacable, casi parece un viaje con todos los gastos pagados a vete a saber tú qué parque temático multicultural tan maravilloso o infierno hotelero caribeño, seguro que tan blando y tan blanco como la nieve de Canadá, poco más o menos.
Y la opción elegida (casi) siempre es hacia fuera, (casi) nunca hacia dentro. Es decir, se trata de que el hecho de morir invada, contamine como como una radiación nuclear, hasta el último poro de la historia, que nada quede a salvo de esa mancha tan invasiva. Que cada diálogo, mirada o encuentro sea el último y definitivo. Que todo sea una gran despedida, el adiós muchachos cerrado y clamoroso.
Hasta, pongamos, la manera en que apoyas el pie, da igual la causa (picor, resquemor, un callo mal curado, un juanete inopinado), tendrá mensaje, significado, densidad, indicará algo morrocotudo, esencial, alguna opinión sobre el sentido de la vida, el destino de la raza humana o tal vez el guiño amado al conocido, amigo o amante (no importa la variante) tan simpático que seguramente no volverás jamás a ver (es lo que tiene la muerte).
Lo de morirse sin aspavientos, gestos y lágrimas en los ojos no es una posibilidad. Eso, para el otro lado del espejo o para el resto.
Y ahora vayamos con Cesc. Nuestro querido director que, una vez entregada la cuchara y rendido el peaje mortuorio tan convencional y cinéfilo, nos ofrece, todo hay que decirlo, una buena obra de artesanía fina; pulcra, esmerada y cuidada, bien montada y pulida, sin defectos ni aristas; vamos, que da gusto verla y comprarla. Yo me la llevo. Creo que nos la quedamos.
Hay que alabar el cariñoso trabajo, el mimo limpio. Un desempeño honrado.
Y todo aliñado con unos estupendos actores: Darín, como artista valiente, bien, como siempre, sobrado, fácil, presente; Cámara, de generoso contenido, lo mismo, oficio para dar y regalar, precisión indudable, un andar pisando huevos con habilidad, todo el rato; cierra el triángulo la argentina Dolores Fonzi, la mujer, la juventud, la pasión "italiana", la belleza; ese aire fresco y alborotado que rasga suavemente la amistad de esta pareja tan bien llevada y avenida.
Te atrapa la atención, le reconoces sus méritos. Y no es poco.
Ahora bien, ni rastro de emoción, riesgo o un mínimo de originalidad. La sensación de artificio anula cualquier hondura o desgarro; la convención derriba cualquier atisbo de sinceridad compleja o verdad incómoda; la amabilidad de ascensor estalla y te rodea/acorrala amablemente como fórmula preestablecida. En este mundo "Gay" todos son simpáticos, buena gente, inteligentes, comprensivos... Los médicos, estupendos, la ex mujer, encantadora, el hijo, sensible, el perro, hermoso... Un par de apuntes (los "escondidos" y la "xenófoba") ligeramente malévolos no turban apenas este paraíso en el que la muerte, más que un horror tristemente cotidiano e implacable, casi parece un viaje con todos los gastos pagados a vete a saber tú qué parque temático multicultural tan maravilloso o infierno hotelero caribeño, seguro que tan blando y tan blanco como la nieve de Canadá, poco más o menos.