Vivir un sueño de pesadilla. Entregarse a la magia en mundos tenebrosos. Leos Carax narra un cuento de amor imposible, donde el capricho del destino regala vidas.

Vagabundos en París danzando con la libertad que da un exceso de vino. Durmiendo gracias a la ayuda de ampollas que remedian el trastorno del sueño. Vagabundos anhelando vidas pasadas, deseando redimir culpas de antaño. Y entre ellos, uno que descubre el amor.

La desdicha que te guía se abre paso entre asfalto y hormigón. El muro frío que ampara al artista deja dormir a la persona. Refugio de desolación por la pena de no sentirse realizado. Que desgracia quedarse ciego si solo se mira con los ojos. Este cuento de imposibles nos dice que del frío suelo de asfalto nacerá nuestro lazarillo para mirar más allá del corazón.

El egoísmo del que ama lo hace ruin, pero no menos amante. Los miedos que no temía lo destrozan sin piedad. Mejor vivir acompañado en la desdicha que asolado por la pérdida del amado.

El mundo es feo y sucio si la lente no palpita. Se puede ser rico sin cajas de hojalata repletas de dinero. Se puede esquiar en un río hasta arriba de alcohol. Se puede brillar más que cualquier fuego de artificio. Y es que, se puede vivir más que cualquiera si el capricho del destino lo considera.

Una preciosa historia de un puente que fue testigo y también cómplice de que más allá de las ganas de morir hay vida.

Una gran película. Poderosa como un sentimiento a contracorriente. Recomendable para aquellos que disfruten del drama interno y la flagelación sentimental. Robusta en su estructura y delicada en la construcción de personajes. Imperdonable no verla.