Uno no recuerda si fue en su infancia o adolescencia cuando vio por primera vez "La gran evasión". Pero si que recuerdo que cuando salí del cine de barrio las casi tres horas que dura la cinta se me habían pasado volando y que me había divertido, emocionado y angustiado como uno más de los prisioneros con las peripecias de estos hombres que consiguieron fugarse del campo de concentración de Stalag Kuft III en Polonia durante la IIGM. Lo había contado con éxito en 1950 el novelista australiano Paul Brickhill que lo vivió de primera mano en dicho campo.

Tuve que hacerle un hueco en mi estanteria de inolvidables junto a "Los siete mágnificos" (gracias John Sturges) y aunque como dice la canción de Sabina al lugar donde has sido feliz no debías volver, el efecto de la madalena de Proust es tan potente que sí que vuelvo a disfrutar como si estuviera de nuevo en las butacas del cine Mundial de Madrid con McQueen,Garner, Atemmborough, Bronson, Pleseance, Coburn y un resto del elenco que sin tanto renombre estan mágnificos. La película se constituye en un clásico, en paradigma del cine espectáculo, de entretenimiento, de evasión (y nunca mejor dicho).

Es cierto que la mirada ingenua de un adolescente ha cambiado y el sexagenario que escribe tiene la tentación de rebajar la nota de sobresaliente a notable, pero no puedo. Y es que hubo una vez un cine que te calaba hasta los huesos y cada vez que cambia el tiempo sigue recordándome que me hizo feliz.

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