Dicen los que la han leído que llevar a la pantalla la novela homónima de Ian McEwan publicada en 2007 no es fácil. Ni aunque el propio McEwan guionice. Más si el director, afamado en el mundo teatral, es primerizo en esto del cinematógrafo. Siempre hay excepciones claro está. Por lo tanto el resultado de esta tragedia anunciada puede contarse tanto como merito, por su dificultad como demérito por el resultado final.

Esta "parejita" debieron contar entre los "últimos de Filipinas" que no se enteraron de que la revolución sexual había comenzado en occidente a principios de los 60, cuando transcurre la acción. Aunque es cierto que no fue hasta los 70 cuando eclosionó en todo su esplendor. Por los pelos, la niña pija rica y el niño burgués llegan al matrimonio vírgenes en todos los sentidos y en la playa de Chesil donde deberían disfrutar de su luna de miel naufragan por siempre jamás. Tienen después toda una vida para reflexionar de como ese instante de colisión de ideas cambió sus vidas y si mereció la pena o no. A toro pasado, claro, es más fácil.

Muchos miedos y frustraciones ya llevaban en sus mochilas antes. Incluso puede que Florence hubiera sufrido abusos por parte de su padre, cosa en la que Cooke no hace hincapié. En lo que si lo hace es en un largo preámbulo donde los encuentros entre la pareja se repiten con la misma formula del beso como frontera a sus intimidades. Narrativamente la cosa no avanza por muy estética que se ponga la cosa, las escenas se parecen sospechosamente. intercaladas en los siempre delicados flashback mientras que llega el momento crucial de intentar el tan temido y sobrevalorado coito que aún sigue dando quebraderos de cabeza en las consultas de los sexólogos. Para mí es demasiado tarde y ya no me impacta tanto lo que se prevé desde mucho tiempo atrás que ocurrirá. Para rematar la faena en negativo Cooke que arrastra un tonillo teatral durante todo el metraje, nos regala un final kleenex que no por emotivo no deja de ser innecesario, (creo que en la novela no está) y que subraya en exceso buscando la lágrima fácil, la aquiescencia del espectador con una propuesta que parecía ir por otros derroteros.

En cualquier caso y como pasa con Mesi aunque el partido no sea brillante, juega Saorsi Ronan una irlandesa que ya con trece añitos y precisamente con otra adaptación de una novela de McEwan dejó claro que los duendes, irlandeses o no, de la actuación están de su parte. No desmerece Billy Houle.

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