Avatar es envoltorio. Simplemente envoltorio. Hay muy poco en su interior: un impostado mensaje ecologista y una historia de amor que ya conocíamos. Lo demás no es más que un despliegue de tecnología y efectos especiales, un muestrario de excelentes paisajes generados por ordenador y demasiada lucecita fosforescente. Durante los 45 minutos centrales la película no avanza prácticamente nada, no hay nada que la lleve hacia delante. El protagonista se limita a dar saltitos detrás de la princesa azul. EL espectador se conforma con los paisajes y los artificios cinematográficos del 3D (no nos engañemos, el cine nunca debería convertirse en 3D, por definición. Es un avance que aporta demasiado poco al medio.)
En definitiva, una película que toca ver porque podría convertirse en el nuevo paradigma de la superproducción comercial americana, aunque a mí personalmente me daría mucha pena que el cine tomara este rumbo. Un rumbo que entre otras cosas podría hacer que la profesión del actor desapareciese.