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España España · Hill Valley
Voto de 140kmh:
7
Comedia Jimmy está desempleado, divorciado y no tiene un duro, Clyde perdió un brazo en la guerra de Irak y ahora trabaja de camarero en un antro, y Mellie es una peluquera obsesionada con los coches, los tres son hermanos y están empeñados en burlar una supuesta maldición familiar. Para ello van a robar la cámara acorazada del circuito de carreras Charlotte Motor Speedway, durante la celebración de la carrera Coca-Cola 600 en Carolina del ... [+]
10 de abril de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da la sensación que, tras pasar unos años y después de abandonar su refugio catódico, Steven Soderbergh ha tenido la determinación de volver a la gran pantalla y no permitirse a sí mísmo errar en el intento. Aquí estoy yo. Nunca me fui.

Así que, para su objetivo, ha decidido dejar a un lado la experimentación y la gaseosa y con una sonrisa de autoconfianza se ha preparado para entregarnos de nuevo uno de sus trucos favoritos.

Resultaría tremendamente sencillo sintetizar el visionado del último juguetito cinematográfico de Soderbergh como el reverso redneck y desprovisto de glamour de la saga Ocean´s y el tiro no iría mal dado. La cosa es tal, que el agua le salpica hasta a un Daniel Craig con aires de malote en una maniobra de casting que cae sobre los dos pies y los brazos en alto.

Se hace inevitable recordar la trilogía sobre la ejecución de un sesudo atraco planificado en un escenario estupendamente singular, donde transita esa fascinante galería de personajes dotados de química y en la que acompañaba en todo momento una banda sonora que te convertía en cómplice de todo lo que ocurría. Pero este hermanito menor tiene su propia personalidad.

La fórmula, como uno podría figurar, está dominada con soltura por el maestro, así que, una vez más, tenemos la oportunidad de asistir a una exhibición de ritmo, precisión, carisma, ideario estético y piruetas de guión marca de la casa que hará las delicias en cualquier sesión palomitera fuera de pretensiones.

En su recorrido, y como si de un viejo y estilizado automóvil de los setenta se tratara, la máquinaria se toma su tiempo para arrancar e ir subiendo de revoluciones para, progresivamente, llegar a la velocidad de crucero con el motor aullando alegremente y el brazo reposado en la ventanilla mientras uno recuerda aquella estupenda canción de Mac Rebennack y compañía.

La Suerte De Los Logan, ejercicio de estilo en toda regla, cumple en todos los apartados de sobra y se permite incluso regalarnos algunos instantes en los que las piezas encajan de tal manera que ocurre ese pequeño milagro del goce cinematográfico.


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