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Voto de Hitchcock10:
8

Voto de Hitchcock10:
8
6.6
7,792
Serie de TV. Ciencia ficción. Thriller
Serie de TV (2015-2019). 4 temporadas. 40 episodios. Adaptación de la novela homónima de Philip K. Dick "El hombre en el castillo". Las fuerzas del Eje (Alemania y Japón) ganaron la II Guerra Mundial y ahora Estados Unidos está dividida en tres partes. Joe Blake, un luchador de la resistencia, parte de la Nueva York alemana con un misterioso cargamento hacia la zona neutral de Colorado. Por su parte, en la San Francisco japonesa, ... [+]
9 de marzo de 2016
9 de marzo de 2016
44 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que una novela con una premisa tan jugosa como 'The Man in the High Castle' ('El hombre en el castillo') todavía no hubiera tenido una adaptación cinematográfica o televisiva era algo difícilmente entendible. Esta obra del gran Philip K. Dick ganó en 1963 el premio Hugo y siempre ha gozado de enorme popularidad y prestigio. Aun así, y tras varias tentativas frustradas, ha tenido que pasar más de medio siglo para poder disfrutar en imágenes de esta apasionante historia. La espera ha merecido la pena.
Ambientada en una “ucronía” o realidad histórica alternativa posterior a una victoria del Eje en la Segunda Guerra Mundial, esta versión libre de la novela nos presenta a unos Estados Unidos que han sido repartidos entre Japón y Alemania, potencias que en plenos años 50 libran su particular Guerra Fría (como ocurrió de hecho con Estados Unidos y la Unión Soviética) en medio de conspiraciones y tejemanejes varios que amenazan con derrumbar el precario equilibrio de poder establecido tras el fin de la contienda.
En este escenario, y para rizar el rizo, unas misteriosas cintas (libros en la novela original) que contienen grabaciones de una realidad alternativa en la que fueron los Aliados los que se impusieron al Eje introducen el elemento de ciencia-ficción y desencadenan una trama espionaje en la que se ven envueltos algunos de los protagonistas, miembros de la resistencia. Paralelamente, hay ciudadanos de la Norteamérica ocupada que apoyan o toleran el discurso de las fuerzas de ocupación, y altos cargos de esas fuerzas de ocupación que deben replantearse sus lealtades cuando la unidad ideológica de sus países comienza a resquebrajarse.
Los dilemas morales que unos y otros deben afrontar al decidir su nivel de adhesión a la causa y su grado de sacrificio personal en aras de un bien mayor, o simplemente al sopesar qué es y qué no es traición constituyen uno de los aspectos más atractivos de la serie. Sobre todo porque esta rehúye cualquier maniqueísmo y convierte a sus personajes (con excepciones) en seres de múltiples aristas en los que no todo es o blanco o negro. El resultado más inquietante es que tenemos a unos nazis pluridimensionales que logran que a menudo nos sorprendamos empatizando con ellos mucho más que con los en teoría héroes de la historia. Gran parte del mérito hay que atribuírselo a los actores que los encarnan (inmensos Joel de la Fuente y Rufus Sewell), quienes inyectan una ambigüedad a sus personajes que debería tener algún reconocimiento en forma de premios en los próximos meses.
Junto a esa profundidad moral, la otra gran baza es el diseño de producción, que con un espectacular despliegue logra crear un mundo distópico en el que Berlín se ha convertido en una urbe colosal y los Estados Unidos aparecen plagados de simbología imperialista japonesa y nazi, edificios emblemáticos transformados o calles llenas de Volkswagen. El efecto es de veras deslumbrante.
Lamentablemente, junto a todas estas virtudes, 'The Man in the High Castle' adolece de ciertas debilidades que lastran el conjunto e impiden que sea la obra redonda que podría ser. La primera de ellas es que, mal que nos pese, lo que decíamos de los “malos” no podemos aplicarlo también a los “buenos”, personajes un pelín pánfilos y planos cuyos conflictos internos no nos importan tanto como deberían y que socavan en parte la complejidad moral que es el motor de 'The Man in the High Castle'. Estos insustanciales partisanos dan penita pero cansan un poco, y aunque me temo que ya venían defectuosos de fábrica, las interpretaciones de Alexa Davalos, Luke Kleintak y Rupert Evans tampoco ayudan demasiado. La primera –a la que curiosamente ya habíamos visto en una película sobre la resistencia anti-nazi, 'Resistencia', junto a Daniel Craig- es muy guapa y atormentada, pero solo conecto con su tormento de manera intermitente, y a los papafritas de sus compañeros directamente entran ganas de inflarlos a hostias para que espabilen. En el caso de Luke Kleintak además le quitaría el cigarrillo que lleva siempre pegado a la boca en plan “fumo porque soy un tío en permanente estado de lucha interior”. Acuéstate.
Otros personajes secundarios (como el vendedor de antigüedades pro-invasores al que de repente le da por sentirse humillado y va a degüello a por los japos) también muestran irrisorias motivaciones de parvulario para sus actos que hacen que nos distanciemos de lo que está sucediendo en la pantalla.
El segundo pero que se le puede poner a la serie tiene que ver con su ritmo, a veces rayano en lo plomizo. Es esta una historia de espías de maneras clásicas, y en este marco la melancólica fotografía en difuminado sepia y el suspense lentamente in crescendo con puntuales subidones de tensión le sientan extraordinariamente bien. Aún así, lo alambicado del guión y el que haya tantos frentes abiertos hacen que tengamos demasiadas historias cocinándose a fuego lento pero con poco tiempo para que nos interesen y agiten. Se echan en falta una mayor agilidad y más escenas que galvanicen una tensión emocional que en ocasiones amenaza con diluirse. El frecuente montaje paralelo o cross-cutting con el que dos tramas se retroalimentan y potencian mutuamente salva en parte este escollo, como lo hacen los cliffhangers con los que acaba cada episodio. Sin embargo, aunque efectivos, estos recursos resultan insuficientes.
(continúo en la sección "crítica con spoiler" por falta de espacio)
Ambientada en una “ucronía” o realidad histórica alternativa posterior a una victoria del Eje en la Segunda Guerra Mundial, esta versión libre de la novela nos presenta a unos Estados Unidos que han sido repartidos entre Japón y Alemania, potencias que en plenos años 50 libran su particular Guerra Fría (como ocurrió de hecho con Estados Unidos y la Unión Soviética) en medio de conspiraciones y tejemanejes varios que amenazan con derrumbar el precario equilibrio de poder establecido tras el fin de la contienda.
En este escenario, y para rizar el rizo, unas misteriosas cintas (libros en la novela original) que contienen grabaciones de una realidad alternativa en la que fueron los Aliados los que se impusieron al Eje introducen el elemento de ciencia-ficción y desencadenan una trama espionaje en la que se ven envueltos algunos de los protagonistas, miembros de la resistencia. Paralelamente, hay ciudadanos de la Norteamérica ocupada que apoyan o toleran el discurso de las fuerzas de ocupación, y altos cargos de esas fuerzas de ocupación que deben replantearse sus lealtades cuando la unidad ideológica de sus países comienza a resquebrajarse.
Los dilemas morales que unos y otros deben afrontar al decidir su nivel de adhesión a la causa y su grado de sacrificio personal en aras de un bien mayor, o simplemente al sopesar qué es y qué no es traición constituyen uno de los aspectos más atractivos de la serie. Sobre todo porque esta rehúye cualquier maniqueísmo y convierte a sus personajes (con excepciones) en seres de múltiples aristas en los que no todo es o blanco o negro. El resultado más inquietante es que tenemos a unos nazis pluridimensionales que logran que a menudo nos sorprendamos empatizando con ellos mucho más que con los en teoría héroes de la historia. Gran parte del mérito hay que atribuírselo a los actores que los encarnan (inmensos Joel de la Fuente y Rufus Sewell), quienes inyectan una ambigüedad a sus personajes que debería tener algún reconocimiento en forma de premios en los próximos meses.
Junto a esa profundidad moral, la otra gran baza es el diseño de producción, que con un espectacular despliegue logra crear un mundo distópico en el que Berlín se ha convertido en una urbe colosal y los Estados Unidos aparecen plagados de simbología imperialista japonesa y nazi, edificios emblemáticos transformados o calles llenas de Volkswagen. El efecto es de veras deslumbrante.
Lamentablemente, junto a todas estas virtudes, 'The Man in the High Castle' adolece de ciertas debilidades que lastran el conjunto e impiden que sea la obra redonda que podría ser. La primera de ellas es que, mal que nos pese, lo que decíamos de los “malos” no podemos aplicarlo también a los “buenos”, personajes un pelín pánfilos y planos cuyos conflictos internos no nos importan tanto como deberían y que socavan en parte la complejidad moral que es el motor de 'The Man in the High Castle'. Estos insustanciales partisanos dan penita pero cansan un poco, y aunque me temo que ya venían defectuosos de fábrica, las interpretaciones de Alexa Davalos, Luke Kleintak y Rupert Evans tampoco ayudan demasiado. La primera –a la que curiosamente ya habíamos visto en una película sobre la resistencia anti-nazi, 'Resistencia', junto a Daniel Craig- es muy guapa y atormentada, pero solo conecto con su tormento de manera intermitente, y a los papafritas de sus compañeros directamente entran ganas de inflarlos a hostias para que espabilen. En el caso de Luke Kleintak además le quitaría el cigarrillo que lleva siempre pegado a la boca en plan “fumo porque soy un tío en permanente estado de lucha interior”. Acuéstate.
Otros personajes secundarios (como el vendedor de antigüedades pro-invasores al que de repente le da por sentirse humillado y va a degüello a por los japos) también muestran irrisorias motivaciones de parvulario para sus actos que hacen que nos distanciemos de lo que está sucediendo en la pantalla.
El segundo pero que se le puede poner a la serie tiene que ver con su ritmo, a veces rayano en lo plomizo. Es esta una historia de espías de maneras clásicas, y en este marco la melancólica fotografía en difuminado sepia y el suspense lentamente in crescendo con puntuales subidones de tensión le sientan extraordinariamente bien. Aún así, lo alambicado del guión y el que haya tantos frentes abiertos hacen que tengamos demasiadas historias cocinándose a fuego lento pero con poco tiempo para que nos interesen y agiten. Se echan en falta una mayor agilidad y más escenas que galvanicen una tensión emocional que en ocasiones amenaza con diluirse. El frecuente montaje paralelo o cross-cutting con el que dos tramas se retroalimentan y potencian mutuamente salva en parte este escollo, como lo hacen los cliffhangers con los que acaba cada episodio. Sin embargo, aunque efectivos, estos recursos resultan insuficientes.
(continúo en la sección "crítica con spoiler" por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Ocurre entonces que estos defectos se cargan todo el engranaje? En absoluto. Puede que 'The Man in the High Castle' tenga problemas de caracterización y ritmo, pero, aun cojeando en estos apartados, cuando camina con paso firme no hay quien la pare. Consigue que, inopinadamente, comprendamos a personajes fascistas y nos cuestionemos lo incuestionable casi hasta el punto de “añorar lo que nunca jamás sucedió”, que decía Sabina (¿es nuestra realidad actual tan diferente a la que habríamos tenido?). No solo invita a la reflexión, sino que en su complejidad de matices y su exploración de una miríada de posibilidades éticas y sociopolíticas resulta perturbadora. Es también intrigante y por momentos incluso absorbente. A veces puede ser más fácil de admirar que de disfrutar, pero siempre da la sensación de que está sentando las bases de algo grande. Ojalá la segunda temporada confirme esta impresión.
¡Heil, Amazon!
P.D. Amazon ha producido The Man in the High Castle.
¡Heil, Amazon!
P.D. Amazon ha producido The Man in the High Castle.