Cuando un director tan personal como Alex de la Iglesia decide poner toda la carne en el asador de las vivencias de su pasado por las que a mi juicio se nota siente, si no cariño, si una cierta añoranza y nostalgia (a los agradecimientos personales – muy bueno ese recuerdo de Los Hermanos Malasombra - en los créditos finales me remito) dando rienda suelta a ese talento que en diferentes grados le hemos visto en sus anteriores películas, y hace de una trama con desquiciado "amor fou" a tres bandas, todo un enloquecido recital de estilo, del que aparte de todas las metáforas habidas y por haber que quiera uno ver (parece ser que la que va en cabeza en la tan socorrida de las 2 Españas), el resultado es un genuino tour de forcé repleto de mala leche y muy vacilón humor surrealista y negro en el retrato ácido, cruel, y hasta sentimental y emotivo, del paisaje y paisanaje de una época cuyos iconos, tanto culturales (Los Chiripitiflauticos, Los payasos de la tele, canciones, y demás) como sociales (Franco de cacería, atentado a Carrero Blanco, y hasta etarras causantes de mismo siendo preguntados que de circo son) ha mamado, y poniéndose el mundo por montera hace de su capa un sayo sin buscar la fácil complicidad con el desavisado espectador, impactando tanto o más con su enfebrecida y audaz dirección, que lo que pueda tener de violento, desquiciado y hasta tierno, cualquiera de los personajes que tan acertadamente interpretan todos y cada uno de los actores (sembrados el trío protagonista – hasta la Bang acaba ganándote para la causa y haciéndote olvidar la prevención que pudieras sentir hacia la buena moza - y no menos sembrado el resto del reparto).

Súmese a esa aguerrida y abrupta mirada a la época en la que creció y le formo (mirada de un tipo con talento para dar y tomar), un violento, y muy poderoso prologo ambientado en la guerra civil, un gran guiñolesco y muy poderoso visualmente final - no menos fascinante - primo hermano de los de "El día de la bestia" y "La comunidad" en cuanto a utilización de las alturas de edificios emblemáticos madrileños, un montaje a martillazos de muchísimos quilates, buena fotografía, ambientación, CGI, y banda sonora, y tenemos hoy por hoy la obra cumbre de Alex de la Iglesia en cuanto a atrevimiento de su puesta en escena, que me atrevería a hermanar en lo que tiene de obra maestra para el que sus claves le toquen la fibra (de no ser así, es plenamente comprensible que se abomine de lo visto) con las obras más personales de – por ejemplo - un Paul Naschy y/o Eloy de la Iglesia (por citar a 2 ejemplos de ninguneados por la cejijunta facción cinéfilo Aronofskyana).