Hunger, la ópera prima de Steve McQueen, es todo un desafío.
Una película con poco, poquísimo diálogo, que es casi más un documental que una película, que narra la historia real de Bobby Sands pero sin dejar que todo el peso recaiga en él. Una película de muchos silencios, que cuenta su historia y nos traslada a la Irlanda del IRA de forma desapasionada, cruda (que no fría) y absolutamente anticonvencional.
Y eso no sería un problema si no fuera porque realmente Hunger no parece una película, sino un artículo periodístico. Y con eso no quiero decir que tuviese que haber inventado cosas para adornar el drama, sino que podría haberlo contado de forma que lograse conmover más al público. La historia de Sands y sus compañeros, aunque está narrada visualmente con energía y con una brutalidad que impresiona (atención a las escenas de palizas), beneficiándose además de un tono nada complaciente (McQueen deja claras tanto la brutalidad policial como las maneras criminales del IRA: atención al asesinato en el asilo de ancianos), acaba por resultar más indiferente de lo que debería, y eso ocurre porque es imposible identificarse con ellos, tan seco y poco apasionante es la narración.
Menos mal que Michael Fassbender y Liam Cunningham, con una conversación maravillosa entre ellos, lo dan todo en sus personajes, sobre todo Fassbender. El esfuerzo emocional y físico que realiza es digno de todos los elogios.

Lo mejor: Fassbender, Cunningham y los primeros minutos de cinta, los únicos en los que los silencios y el tono deliberadamente desapasionado de la narración funcionan.
Lo peor: Es lenta y no llega a apasionar con la historia tan poderosa que está contando.