La vida de Charles Dickens fue fascinante y llena de contrastes, tanto literarios (con multitud de éxitos pero también algunos sonoros fracasos) como financieros (pasó grandes estrecheces económicas y también periodos de total holgura) y sentimentales (se separó de su mujer después de tener 10 hijos, y vivió sus últimos años con su amante).
El hombre que inventó la Navidad nos cuenta, de forma ficcional, claro está, cómo el autor de David Copperfield concibió y publicó Cuento de Navidad, una de las obras más conocidas de todos los tiempos y un absoluto clásico navideño que se sigue leyendo y adaptando hoy en día y que, sí, influyó muchísimo en la concepción moderna que se tiene hoy de la Navidad como un periodo entrañable para disfrutar de la familia y cultivar valores de solidaridad y cercanía con los que nos rodean.
Y como tal, la película es lo que es. Tampoco se entienden las malas críticas que ha recibido en general. Está claro que no es ninguna obra maestra y que es tan fácil de ver como de olvidar, pero resulta bonita, tierna y entrañable, que es de lo que se trataba, y además los decorados lucen preciosos y maravillosos en pantalla (ver esa esquina londinense mientras aparecen los rótulos previos a los créditos finales, mientras cae la nieve).
Entre los actores, destacan más los secundarios, todos ellos maravillosos, como el recientemente fallecido Christopher Plummer o los británicos Jonathan Pryce, Simon Callow y Miriam Margoyles. Dan Stevens... pues a ver. Que es un buen actor ha quedado demostrado con creces, en Downton Abbey, The guest y Una relación abierta, especialmente, pero no es el actor adecuado para dar vida a Dickens. Eso, o no ha dado con la tecla correcta. Está muy histriónico, poniendo unas caras y unas muecas muy raras, y no parece cómodo en ningún momento.
No es sobresaliente, desde luego, pero está bastante bien dentro de sus parámetros.

Lo mejor: Su encanto, sus decorados y los actores secundarios.
Lo peor: Es lo que es, y Dan Stevens no es el mejor Dickens.