"¿Qué hay más simple que un árbol? Pues bien, si pinto un árbol, a todo el mundo le parece mal. Eso es porque hay algo que... o alguien escondido tras el árbol. ¡Yo pinto a pesar de que se esconde tras esas cosas! Un nadador, para mí, está ahogado. Yo creo que pinto la alegría, la música... un baile... una bola al aire libre... y sobre mi tela, los celos, el odio... el asesinato... el cementerio. ¡En definitiva, naturalezas muertas!.".

Una de las cumbres del cine francés y, por tanto, de la cinematografía europea y mundial, por qué no.
Pertenece a una época en verdad sombría para Francia, los albores de la II Guerra Mundial, período bastante vergonzoso para muchos franceses que ayudaron a los nazis para proteger sus vidas y bienes.

Aquí se rezuma una extraña y fascinante tristeza, un sabor a derrota en unos entrañables personajes que no pueden hacer nada para escapar de su destino, un destino cruel.

Jean Gabin y la bellísima (¡qué ojos!) Michele Morgan, componen una exquisita pareja de hondo dramatismo, que trata desesperadamente de encontrar la felicidad y agarrarse a ella, aunque sea por un día.

La fotografía, resaltando esa inquietante bruma perpetua del puerto, crea un adecuado clímax.

Cierto es que, quizás, ha pasado un poquito de moda, que resulta un tanto añeja esta producción. Se nota en el personaje de matón de pacotilla que encarna Pierre Brasseur, un tanto de tebeo y sobreactuado, aunque puede que Marcel Carné, el director, lo quisiera así. Pero este personaje resulta un tanto de cómic, con poco realismo.

Una buena película.

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