Lo primero que destacaría yo en esta entrega de Sherlock es la excelente atmósfera en la que va envuelta la trama.
A la investigación criminal propiamente dicha, se le une un toque oscuro-fantástico que casi, casi, se convierte en la auténtica protagonista del film.
En mi caso, por lo menos, así ha sido. No me ha enganchado tanto la trama como la forma de contarla donde, desde el principio, nos van a sumergir en una aldea inhóspita, rodeado de nebulosas marismas, cuyas venenosas miasmas desprenden tupidos vapores que por la noche impregnan, en forma de neblina, el corazón de la aldea.
Una maldición pesa sobre los habitantes de la aldea. Todos tienen miedo. La primera en morir lady Penrose. La misma marca en la garganta. Sherlock se verá obligado a intervenir, sobre todo, cuando le llegue una carta de la finada pidiendo ayuda, en la que le hace partícipe de su premonición.
Resulta notable y algo extraña esta mezcla de misterio lógico-deductivo y racional que aplica Sherlock- como no podía ser de otra forma-operando en ese entorno supersticioso fantasmagórico que conforma la aldea y sus habitantes. Es decir, toda la película está envuelta de un magma sobrenatural, al estilo gótico- mansiones barrocas, oscuras y elegantes, aldeanos de rostros ajados y temerosos reunidos en la humilde taberna, sonidos de campanas que anuncian a muerto, peligrosas marismas, circundantes, posible refugio de seres inhumanos...
Pero ahí está Rathbone, con su lógica infalible, diciéndonos que no, que nos dejemos de pamplinas, que todo tiene una causa y un por qué y que nos lo va a aclarar de inmediato. ! Elemental, mi querido espectador!.
Watson, por su parte, pone la nota humorística y relajante, que siempre viene bien.( spoiler)