Mientras que Oliver Stone eligió filmar la tragedia que todo el mundo conoció en World Trade Center, con irregular resultado, Paul Greengrass, con más oficio y menos grandilocuencia, se encargó de descubrirnos la otra cara del 11-S: el vuelo del United 93, destinado a estrellarse contra la Casa Blanca y, gracias a la intervención de sus pasajeros, nunca consiguió su objetivo.
United 93 no quiere ser UNA visión de ese suceso. Quiere ser LA visión. Y lo consigue. Filmada de cabo a rabo desde una perspectiva hiperrealista, Greengrass rinde un homenaje a aquellas personas que, en vez de resignarse y aceptar su destino, lucharon por evitar la desgracia de muchas otras.
Sin duda, lo que impresiona de United 93 es su realismo extremo, su aspiración casi obsesiva de total objetividad. Tanto que luce un tono cuasi documental, alternando el seguimiento del secuestro por las autoridades y el secuestro mismo dentro del avión. Es en este último espacio donde la película alcanza sus mejores momentos, sobre todo en su último cuarto de hora, de un dramatismo y una tensión casi insoportables. Es una película que crece con un ritmo escrupulosamente calculado, consiguiendo que el espectador se introduzca en ese avión y sufra como cualquiera de sus pasajeros. Y, aunque conozcamos el final de la historia, no por ello deja de sobrecogernos.
Por último, merece la pena destacar el verosímil retrato de los terroristas. En ellos veremos personas, no un demonio, un agente del mal o un individuo creado exclusivamente para indignar a la audiencia. Ese esfuerzo por comprender (nunca justificar, ojo) la mentalidad de alguien dispuesto a asesinar a miles de personas por sus creencias religiosas, siempre es encomiable.
Gran trabajo de Greengrass, que comienza apabullando por su exactísima visión de los hechos y termina estremeciéndonos con la terrible desnudez con que aborda aquella tragedia de la cual cuesta creer que alguien pudiera perpetrar.